sábado, abril 30, 2011

NUNCA MAS

NUNCA MAS



PRÓLOGO


Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: «Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura » .
No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.

Nuestra Comisión no fue instituída para juzgar, pues para eso estan los jueces constitucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído, leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo para alcanzar la tenebrosa categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimientos y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos.
Son muchísimos los pronunciamientos sobre los sagrados derechos de la persona a través de la historia y, en nuestro tiempo, desde los que consagró la Revolución Francesa hasta los estipulados en las Cartas Universales de Derechos Humanos y en las grandes encíclicas de este siglo. Todas las naciones civilizadas, incluyendo la nuestra propia, estatuyeron en sus constituciones garantías que jamás pueden suspenderse, ni aun en los más catastróficos estados de emergencia: el derecho a la vida, el derecho a la integridad personal, el derecho a proceso; el derecho a no sufrir condiciones inhumanas de detención, negación de la justicia o ejecución sumaria.

De la enorme documentación recogida por nosotros se infiere que los derechos humanos fueron violados en forma orgánica y estatal por la represión de las Fuerzas Armadas. Y no violados de manera esporádica sino sistemática, de manera siempre la misma, con similares secuestros e idénticos tormentos en toda la extensión del territorio. ¿Cómo no atribuirlo a una metodología del terror planificada por los altos mandos? ¿Cómo podrían haber sido cometidos por perversos que actuaban por su sola cuenta bajo un régimen rigurosamente militar, con todos los poderes y medios de información que esto supone? ¿Cómo puede hablarse de «excesos individuales» ? De nuestra información surge que esta tecnología del infierno fue llevada a cabo por sádicos pero regimentados ejecutores. Si nuestras inferencias no bastaran, ahí están las palabras de despedida pronunciadas en la Junta Interamericana de Defensa por el jefe de la delegación argentina, General Santiago Omar Riveros, el 24 de enero de 1980: «Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los Comandos Superiores» . Así, cuando ante el clamor universal por los horrores perpetrados, miembros de la Junta Militar deploraban los «excesos de la represión, inevitables en una guerra sucia» , revelaban una hipócrita tentativa de descargar sobre subalternos independientes los espantos planificados.

Los operativos de secuestro manifestaban la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban «zona libre» a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzanas y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto de comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se partía hacia el antro en cuya puerta podía haber inscriptas las mismas palabras que Dante leyó en los portales del infierno: «Abandonad toda esperanza, los que entrais» .

De este modo, en nombre de la seguridad nacional, miles y miles de seres humanos, generalmente jóvenes y hasta adolescentes, pasaron a integrar una categoría tétrica y fantasmal: la de los Desaparecidos. Palabra - ¡triste privilegio argentino! - que hoy se escribe en castellano en toda la prensa del mundo.

Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener presencia civil. ¿Quiénes exactamente los habían secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenía respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus ¦ldas, la justicia los desconocía y los habeas corpus sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. Nunca un secuestrador arrestado, jamás un lugar de detención clandestino individualizado, nunca la noticia de una sanción a los culpables de los delitos. Así transcurrían días, semanas, meses, años de incertidumbres y dolor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores, debatiéndose entre desesperadas expectativas, de gestiones innumerables e inutiles, de ruegos a influyentes, a oficiales de alguna fuerza armada que alguien les recomendaba, a obispos y capellanes, a comisarios. La respuesta era siempre negativa.

En cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la desprotección, el oscuro temor de que cualquiera, por inocente que fuese, pudiese caer en aquella infinita caza de brujas, apoderándose de unos el miedo sobrecogedor y de otros una tendencia consciente o inconsciente a justificar el horror: «Por algo será» , se murmuraba en voz baja, como queriendo así propiciar a los terribles e inescrutables dioses, mirando como apestados a los hijos o padres del desaparecido. Sentimientos sin embargo vacilantes, porque se sabía de tantos que habían sido tragados por aquel abismo sin fondo sin ser culpable de nada; porque la lucha contra los «subversivos» , con la tendencia que tiene toda caza de brujas o de endemoniados, se había convertido en una represión demencialmente generalizada, porque el epiteto de subversivo tenía un alcance tan vasto como imprevisible. En el delirio semántico, encabezado por calificaciones como «marxismo-leninismo» , «apátridas» , «materialistas y ateos» , «enemigos de los valores occidentales y cristianos» , todo era posible: desde gente que propiciaba una revolución social hasta adolescentes sensibles que iban a villas-miseria para ayudar a sus moradores. Todos caían en la redada: dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado las enseñanzas de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura. Todos, en su mayoría inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla, porque éstos presentaban batalla y morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores.

Desde el momento del secuestro, la víctima perdía todos los derechos; privada de toda comunicación con el mundo exterior, confinada en lugares desconocidos, sometida a suplicios infernales, ignorante de su destino mediato o inmediato, susceptible de ser arrojada al río o al mar, con bloques de cemento en sus pies, o reducida a cenizas; seres que sin embargo no eran cosas, sino que conservaban atributos de la criatura humana: la sensibilidad para el tormento, la memoria de su madre o de su hijo o de su mujer, la infinita verguenza por la violación en público; seres no sólo poseídos por esa infinita angustia y ese supremo pavor, sino, y quizás por eso mismo, guardando en algún rincón de su alma alguna descabellada esperanza.
De estos desamparados, muchos de ellos apenas adolescentes, de estos abandonados por el mundo hemos podido constatar cerca de nueve mil. Pero tenemos todas las razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias. Y aun vacilan, por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal.

Con tristeza, con dolor hemos cumplido la misión que nos encomendó en su momento el Presidente Constitucional de la República. Esa labor fue muy ardua, porque debimos recomponer un tenebrosos rompecabezas, después de muchos años de producidos los hechos, cuando se han borrado liberadamente todos los rastros, se ha quemado toda documentación y hasta se han demolido edificios. Hemos tenido que basarnos, pues, en las denuncias de los familiares, en las declaraciones de aquellos que pudieron salir del infierno y aun en los testimonios de represores que por oscuras motivaciones se acercaron a nosotros para decir lo que sabían.
En el curso de nuestras indagaciones fuimos insultados y amenazados por los que cometieron los crímenes, quienes lejos de arrepentirse, vuelven a repetir las consabidas razones de «la guerra sucia» , de la salvación de la patria y de sus valores occidentales y cristianos, valores que precisamente fueron arrastrados por ellos entre los muros sangrientos de los antros de represión. Y nos acusan de no propiciar la reconciliación nacional, de activar los odios y resentimientos, de impedir el olvido. Pero no es así: no estamos movidos por el resentimiento ni por el espíritu de venganza; sólo pedimos la verdad y la justicia, tal como por otra parte las han pedido las iglesias de distintas confesiones, entendiendo que no podrá haber reconciliación sino después del arrepentimiento de los culpables y de una justicia que se fundamente en la verdad. Porque, si no, debería echarse por tierra la trascendente misión que el poder judicial tiene en toda comunidad civilizada. Verdad y justicia, por otra parte, que permitirán vivir con honor a los hombres de las fuerzas armadas que son inocentes y que, de no procederse así, correrían el riesgo de ser ensuciados por una incriminación global e injusta. Verdad y justicia que permitirán a esas fuerzas considerarse como auténticas herederas de aquellos ejércitos que, con tanta heroicidad como pobreza, llevaron la libertad a medio continente.

Se nos ha acusado, en fin, de denunciar sólo una parte de los hechos sangrientos que sufrió nuestra nación en los últimos tiempos, silenciando los que cometió el terrorismo que precedió a marzo de 1976, y hasta, de alguna manera, hacer de ellos una tortuosa exaltación. Por el contrario, nuestra Comisión ha repudiado siempre aquel terror, y lo repetimos una vez más en estas mismas páginas. Nuestra misión no era la de investigar sus crimenes sino estrictamente la suerte corrida por los desaparecidos, cualesquiera que fueran, proviniesen de uno o de otro lado de la violencia. Los familiares de las víctimas del terrorismo anterior no lo hicieron, seguramente, porque ese terror produjo muertes, no desaparecidos. Por lo demás el pueblo argentino ha podido escuchar y ver cantidad de programas televisivos, y leer infinidad de artículos en diarios y revistas, además de un libro entero publicado por el gobierno militar, que enumeraron, describieron y condenaron minuciosamente los hechos de aquel terrorismo.

Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Unicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado.





Ernesto Sábato (1911-2011)


Ernesto Sábato (1911-2011)

El escritor argentino Ernesto Sábato ha fallecido esta madrugada en su casa de la ciudad de Santos Lugares (Argentina), ha confirmado a la radio argentina Mitre su compañera Elvira González Fraga. "Hace como quince días tuvo una bronquitis y a la edad de él esto es terrible", ha explicado. El considerado exponente de las letras argentinas con mayor proyección internacional tenía 99 años y el próximo 24 de junio iba a festejar su centenario. De hecho, iba a ser homenajeado mañana en la Feria del Libro por el Instituto Cultural de la provincia de Buenos Aires.

Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911. Además de novelista y ensayista, era doctor en Física. Trabajó en el Laboratorio Curie, en París, y abandonó definitivamente la ciencia en 1945 para dedicarse exclusivamente a la literatura. En 1984 había recibido el Premio Cervantes, el más importante de la literatura en español, y llegó a ser propuesto por la Sociedad General de Autores y Editores de España como candidato al Premio Nobel de Literatura de 2007.
Sus tópicos más recurrentes se encargaban de la crisis del hombre en nuestro tiempo y de la reflexión sobre la propia literatura. Sus obras más destacadas son El escritor y sus fantasmas (1963), Apologías y rechazos (1979), El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961), y Abbadón el exterminador (1974). Su última obra publicada fue España en los diarios de mi vejez, fruto de los viajes en 2002 a tierras españolas mientras Argentina se sumergía en la más feroz crisis económica de su historia.

Es destacable su firme compromiso político y ético que confluye en su obra. En 1984 presidió la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas que redactó el Informe Sábato o Nunca más sobre los horrores de la última dictadura militar (1976-1983), que abrió las puertas para el juicio a las juntas militares de la dictadura militar en 1985. El prólogo del informe le valió fuertes críticas de organismos humanitarios que cuestionan la llamada "teoría de los dos demonios" sobre la violencia política que sacudió a Argentina en la década de 1970. En el texto, el escritor sostuvo que en los años 70 Argentina "fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda".

Sábato también llenó su tiempo con la pintura, aunque confesó que su "espíritu autodestructivo" lo llevó a destruir buena parte de sus obras. "Arrastrado por amigos", según declaró, presentó una decena de sus obras en 1989 en el Centro Pompidou de París y del mismo modo lo hizo después en Madrid.
El escritor argentino atravesó momentos difíciles en su vida con la muerte en 1995 del mayor de sus dos hijos, Jorge, en un accidente de tráfico, y con el fallecimiento en 1998 de su primera esposa, Matilde.
Entre los numerosos premios recibidos por Sábato también figuran el Menéndez Pelayo (1997) y el Gabriela Mistral (1983), otorgado por la Organización de Estados Americanos (OEA).

En su juventud, Sabato fue un activista del Partido Comunista, en dónde llegó a Secretario General de la Federación Juvenil Comunista. Posteriormente se alejaría del comunismo marxista, desilusionado por el rumbo que había tomado el gobierno de Stalin en la Unión Soviética.

Detractor del peronismo, Sabato fue uno de los primeros en aportar una interpretación al gobierno del General Juan Domingo Perón tras el derrocamiento de su segundo gobierno, el cual apareció publicado bajo el título de El otro rostro del peronismo en 1956. En este ensayo, Sabato criticó duramente al peronismo sosteniendo que
"el motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado".

"El desconocido coronel Perón, cuya estrella empezaba a levantarse sobre el horizonte vio claro que había llegado para el país la era de las masas. Y tanto su aprendizaje en Italia, su natural tendencia al fascismo, su infalible olfato para la demagogia, su idoneidad para intuir y despertar las peores pasiones de la multitud, su propia experiencia de resentido social -hijo natural como era- y por lo tanto su comprensión y valoración del resentimiento como resorte primordial de un gran movimiento de masas, y finalmente su absoluta falta de escrúpulos; todo lo capacitaba para convertirse no solamente en el jefe de las multitudes argentinas sino también en su explotador."

A pesar de sus críticas al movimiento peronista y a Juan Domingo Perón, Sabato alabaría y encontraría un sentido muy justo a la imagen de Eva Duarte, declarando que ella fue "la auténtica revolucionaria"


 '"Antes del fin" (1999)
Extracto del libro de memorias 'Antes del fin' (1999). El texto hace referencia a su infancia, juventud y actitud ética y política

"Me llamo Ernesto...porque cuando nací, el 24 de junio de 1911, día del nacimiento de San Juan Bautista, acababa de morir el otro Ernesto, al que, aun en su vejez, mi madre siguió llamando Ernestito, porque murió siendo una criatura. "Aquel niño no era para este mundo", decía. Creo que nunca la vi llorar -tan estoica y valiente fue a lo largo de su vida-, pero, seguramente, lo haya hecho a solas. Y tenía noventa años cuando mencionó, por última vez, con sus ojos humedecidos, al remoto Ernestito. Lo que prueba que los años, las desdichas, las desilusiones, lejos de facilitar el olvido, como se suele creer, tristemente lo refuerzan.
Aquel nombre, aquella tumba, siempre tuvieron para mí algo de nocturno, y tal vez haya sido la causa de mi existencia tan dificultosa, al haber sido marcado por esa tragedia, ya que entonces estaba en el vientre de mi madre; y motivó, quizá, los misteriosísimos pavores que sufrí de chico, las alucinaciones en las que de pronto alguien se me aproximaba con una linterna, un hombre a quien me era imposible evitar, aunque me escondiera temblando debajo de las cobijas. O aquella otra pesadilla en la que me sentía solo en una cósmica bóveda, tiritando ante algo o alguien -no lo puedo precisar- que vagamente me recordaba a mi padre. Durante mucho tiempo padecí sonambulismo. Yo me levantaba desde el último cuarto donde dormíamos con Arturo, mi hermano menor, y, sin tropezar jamás ni despertarme, iba hasta el dormitorio de mis padres, hablaba con mamá y luego volvía a mi cuarto. Me acostaba sin saber nada de lo que había pasado, sin la menor conciencia. De modo que cuando a la mañana ella me decía, con tristeza -¡tanto sufrió por mí!-, con voz apenas audible: "Anoche te levantaste y me pediste agua", yo sentía un extraño temblor. Ella temía ese sonambulismo, me lo dijo muchos años más tarde, cuando me enviaron a La Plata para hacer los estudios secundarios, y ya ella no estuvo para protegerme. Pobre mamá, no comprendía, ni yo tampoco en aquel entonces, que ese tormento en gran parte era el resultado de la convivencia espartana, regida por mi padre.

La tierra de mi infancia, como un pueblo estremecido por fuerzas extrañas, se hallaba invadida por el terror que sentía hacia él. Lloraba a escondidas, ya que nos estaba prohibido hacerlo, y, para evitar sus ataques de violencia, mamá corría a ocultarme. Con tal desesperación mi madre se había aferrado a mí para protegerme, sin desearlo, ya que su amor y su bondad eran infinitos, que acabó aislándome del mundo. Convertido en un niño solo y asustado, desde la ventana contemplaba el mundo de trompos y escondidas que me había sido vedado.
De alguna manera, nunca dejé de ser el niño solitario que se sintió abandonado, por lo que he vivido bajo una angustia semejante a la de Pessoa: "Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta".
Y así, de una u otra forma, necesité compasión y cariño.

Cuando me enviaron desde mi pueblo al colegio nacional de La Plata para hacer el secundario, en el instante en que me pusieron en el ferrocarril sentí resquebrajarse el suelo incierto sobre el cual me movía, pero al que aún le aguardaban peores hundimientos. Durante un tiempo seguí soñando con aquella madre que veía entre lágrimas, mientras me alejaba hacia qué infinita soledad. Y cuando la vida había marcado ya en mi rostro las desdichas, cuántas veces, en un banco de plaza, apesadumbrado y abatido, he esperado nuevamente un tren de regreso.

Entre esa multitud de colonizadores, mis padres llegaron a estas playas con la esperanza de fecundar esta "tierra de promisión", que se extendía más allá de sus lágrimas.
Mi padre descendía de montañeses italianos, acostumbrados a las asperezas de la vida; en cambio, mi madre, que pertenecía a una antigua familia albanesa, debió soportar las carencias con dignidad.
Juntos se instalaron en Rojas, que, como gran parte de los viejos pueblos de la pampa, fue uno de los tantos fortines que levantaron los españoles y que marcaban la frontera de la civilización cristiana.

Recuerdo a un viejo indio que me contaba anécdotas de sangrientas luchas y de malones, que trenzaba sus tientos con paciencia y que, cuando le dijeron que transmitirían por una radio de galena la pelea de Firpo con Dempsey, contestó: "Cuando más cencia, más mandinga".

En este pueblo pampeano, mi padre llegó a tener un pequeño molino harinero. Centro de candorosas fantasías para el niño que entonces yo era, cuando los domingos permanecía en el taller haciendo cositas en la carpintería, o subíamos con Arturo a las bolsas de trigo, y a escondidas, como si fuera un misterioso secreto, pasábamos la tarde comiendo galletitas.

Mi padre era la autoridad suprema de esa familia en la que el poder descendía jerárquicamente hacia los hermanos mayores. Aún me recuerdo mirando con miedo su rostro surcado a la vez de candor y dureza. Sus decisiones inapelables eran la base de un férreo sistema de ordenanzas y castigos, también para mamá. Ella, que siempre fue muy reservada y estoica, es probable que a solas haya sufrido ese carácter tan enérgico y severo. Nunca la oí quejarse y, en medio de esas dificultades, debió asumir la ardua tarea de criar once hijos varones.

La educación que recibimos dejó huellas tristes y perdurables en mi espíritu. Pero esa educación, a menudo durísima, nos enseñó a cumplir con el deber, a ser consecuentes, rigurosos con nosotros mismos, a trabajar hasta terminar cualquier tarea empezada. Y si hemos logrado algo, ha sido por esos atributos que ásperamente debimos asimilar.

La severidad de mi padre, en ocasiones terrible, motivó, en buena medida, esa nota de fondo de mi espíritu, tan propenso a la tristeza y a la melancolía. Pero también fue el origen de la rebeldía en dos de mis hermanos que huyeron de casa: Humberto, de quien luego hablaré, y Pepe, llamado en nuestro pueblo "el loco Sabato", que acabó yéndose con un circo, para deshonra de mi familia burguesa. Decisión que entristeció a mi madre, pero que ella sobrellevó con el estoicismo que mantuvo hasta su vejez, cuando a los noventa años, luego de largos padecimientos, murió serenamente en su cama en brazos de Matilde.

Mi hermano Pepe tuvo pasión por el teatro y actuaba en los conjuntos pueblerinos que se llamaban "Los treinta amigos unidos" y, cuando en el cine-teatro La Perla, se ponían en escena sainetes criollos, él siempre conseguía algún papel, por pequeño que fuese. En su cuarto tenía toda la colección de Bambalinas que se editaba en Buenos Aires con tapas de colores, donde, además de esos sainetes, se publicaban obras de Ibsen y una, que aún recuerdo, de Tolstoi. Toda esa colección fue devorada por mí antes de los doce años, marcando fuertemente mi vida, ya que siempre me apasionó el teatro, y aunque escribí varias obras, nunca salieron de mis cajones.

Debajo de la aspereza en el trato, mi padre ocultaba su lado más vulnerable, un corazón cándido y generoso. Poseía un asombroso sentido de la belleza, tanto que, cuando debieron trasladarse a La Plata, él mismo diseñó la casa en que vivimos. Tarde descubrí su pasión por las plantas, a las que cuidaba con una delicadeza para mí hasta entonces desconocida. Jamás lo he visto faltar a la palabra empeñada, y con los años admiré su fidelidad hacia los amigos. Como fue el caso de don Santiago, el sastre que enfermó de tuberculosis. Cuando el doctor Helguera le advirtió que la única posibilidad de sobrevivir era irse a las sierras de Córdoba, mi padre lo acompañó en uno de esos estrechos camarotes de los viejos ferrocarriles, donde el contagio parecía inevitable.

Recuerdo siempre esta actitud que define su devoción por la amistad y que supe valorar varios años después de su muerte, como suele ocurrir en esta vida, que, a menudo, es un permanente desencuentro. Cuando se ha hecho tarde para decirle que lo queremos a pesar de todo y para agradecerle los esfuerzos con que intentó prevenirnos de las desdichas que son inevitables y, a la vez, aleccionadoras. Porque no todo era terrible en mi padre, y con nostalgia entreveo antiguas alegrías, como las noches en que me tenía sobre sus rodillas y me cantaba canciones de su tierra, o cuando por las tardes, al regresar del juego de naipes en el Club Social, me traía Mentolina, las pastillas que a todos nos gustaban.

Desgraciadamente, él ya no está y cosas fundamentales han quedado sin decirse entre nosotros; cuando el amor es ya inexpresable, y las viejas heridas permanecen sin cuidado. Entonces descubrimos la última soledad: la del amante sin el amado, los hijos sin sus padres, el padre sin sus hijos. Hace muchos años fui hasta aquella Paola de San Francesco donde un día se enamoró de mi madre; entreviendo su infancia entre esas tierras añoradas, mirando hacia el Mediterráneo, incliné la cabeza y mis ojos se nublaron.

Ya nada queda de la pensión de la calle Potosí donde una tarde, traída por un buen amigo, llegó Matilde, de diecinueve años, huyendo de un hogar en que se la adoraba, para venir a juntarse en una piezucha de Buenos Aires con esta especie de delincuente que era yo. Para luchar en la clandestinidad contra la dictadura del general Uriburu, por un mundo sin miseria y sin desamparo. Una utopía, claro, pero sin utopías ningún joven puede vivir en una realidad horrible. Allí, muchas veces soportamos el hambre, cuando compartíamos un poco de pan y mate cocido, salvo en los días de suerte, en que la generosa doña Esperanza, encargada de la pensión, nos golpeaba la puerta para ofrecernos un plato de comida.
En esos tiempos de pobreza y persecución se desencadenó una grave crisis, y finalmente, mi alejamiento de aquel movimiento por el que tanto había arriesgado.

Los miembros del Partido, que, por supuesto, vigilaban cualquier "desviación", advirtieron en mí ciertos indicios sospechosos. En conversaciones con camaradas íntimos, yo sostuve que la dialéctica era aplicable a los hechos del espíritu, pero no a los de la naturaleza, de modo que el "materialismo dialéctico" era toda una contradicción. Alguien que no haya conocido a fondo la mentalidad del comunismo militante podría pensar que eso no era grave, cuando en rigor era gravísimo para los dirigentes, que consideraban un delito separar la teoría de la práctica. Sería largo de explicar en qué fundamentos me basaba, lo único que puedo decir es que esto sucedió hacia 1935, y que muchos años más tarde, en un encuentro teórico realizado en la Mutualité de París, se debatió ese problema entre grandes filósofos como Sartre y otros, y se sostuvo precisamente lo mismo.

Sea como fuere, aquella hipótesis era arriesgadísima porque el marxismo-leninismo estaba codificado de una manera férrea e inapelable. El Partido -palabra que siempre se escribía con mayúscula- resolvió mandarme por dos años a las Escuelas Leninistas de Moscú, donde uno se curaba o terminaba en un gulag o en un hospital psiquiátrico. Sin duda habría acabado en uno de esos campos de concentración, dada la convicción profunda que tenía sobre ese disparate filosófico. Por el espíritu de sacrificio que reinaba en los militantes, Matilde aceptó tristemente mi viaje a la Unión Soviética por dos años -y quizá para siempre-, quedando ella oculta en casa de mi madre.

Antes de ir a Moscú debía pasar por el Congreso contra el Fascismo y la Guerra, que presidía en Bruselas Henri Barbusse, organizado por el Partido y bajo su riguroso control. El viaje partía de Montevideo, yo atravesé de noche el delta del río de la Plata, en una lancha de contrabandistas, para luego seguir en barco, con documentos falsos, hasta Amberes; y finalmente, en tren hasta Bruselas. Allí tuve la oportunidad de escuchar a gente de la Schutzbund, de Austria, y a militantes que venían de Alemania, donde el hitlerismo estaba en ascenso. Me pusieron en un cuarto de los llamados Auberges de la Jeunesse junto a un compañero que conocí con el nombre supuesto de Pierre. Era un dirigente del Comité Central de la Juventud Francesa, de ciega obediencia a la teoría, lo que me hizo poner en guardia, porque en el Partido no se cometían esa clase de equivocaciones; aquel muchacho militante luego cayó en manos de la Gestapo y fue muerto tras salvajes torturas.

En uno de esos diálogos que teníamos antes de dormir surgió una discusión, y cometí el peligroso error de manifestar mis dudas sobre aquel problema filosófico. A la mañana siguiente le dije a mi compañero que me dolía el estómago y que iría en cuanto me aliviara el dolor. Después de una hora o más, cuando consideré que él no volvería, arreglé mi valijita y me escapé a París en tren. Ya habían comenzado los "procesos" del siniestro imperio estalinista, y apenas tuve esa conversación con Pierre comprendí que si iba a Moscú no volvería jamás. Todos los diálogos, las experiencias que conocí a través de militantes de otros países, acabaron por agrietar ya en forma irreversible la frágil construcción que en mi mente se vino abajo.

Como había ido a Bruselas ya con graves dudas sobre la dictadura de Stalin, en Buenos Aires, un amigo, ex simpatizante del Partido, me había dado la dirección de un trotskista argentino director de un semanario francés, que años más tarde moriría en un tanque en tiempos de la guerra civil española. Él me puso en contacto con un portero de la École Normale Supérieure, ex comunista, que me ofreció dormir en su cuartucho, en una de esas grandes camas de París. Como no había calefacción y el frío era intenso en aquel 1935, además de las mantas, nos cubríamos con una cantidad de L"Humanité. Durante el día deambulaba a la deriva por las calles de París, sin llegar a ver hacia qué tierras me arrastraría el naufragio. Hasta que una tarde entré en la librería Gibert, del Boulevard Saint-Michel, y robé un libro de análisis matemático de Émile Borel y escapé con él escondido en mi sobretodo. Recuerdo aquel atardecer gélido de invierno, leyendo los primeros fragmentos, con el temblor de un creyente que vuelve a entrar a un templo luego de un turbio periplo de violencias y pecados. Aquel sagrado temblor era una mezcla de deslumbramiento, de recogida admisión y de una paz que hacía tiempo anhelaba mi espíritu: el orbe matemático me llamaba a sus puertas por segunda vez.

De regreso en el país, espiritualmente destrozado, me encerré en el Instituto de Físico-Matemática, y en pocos años terminé mi doctorado. Allí me preparaba casi a diario para resistir los insultos y los agravios por mi "traición" al comunismo, cuando en rigor era todo lo contrario. El gran traidor fue ese hombre monstruoso, ex seminarista, que liquidó a todos los que habían hecho verdaderamente la revolución, hasta alcanzar en el extranjero al propio Trotsky, uno de los más brillantes y audaces revolucionarios de la primera hora, asesinado en México por los hachazos estalinistas.

Los excluidos no tienen justicia que los defienda. He ido a la villa treinta y uno, de Retiro, para solidarizarme con los sacerdotes que ayunan en repudio por la crueldad con que se pretendió echar a la gente, derribando sus precarias construcciones con salvajes topadoras.

Al regresar a casa, durante la noche he podido ver por televisión cómo se agredía a unos obreros que se negaban a desalojar una fábrica, golpeados con violencia, tratados como delincuentes por una sociedad que no considera un delito negarles a los hombres su derecho al trabajo; expropiándoles, incluso, hasta las pocas leyes laborales que los protegían.

También he visto a la policía corriendo con palos y tanques hidráulicos a vendedores ambulantes, en lugar de encarcelar a los que se están robando hasta las últimas monedas y tienen dinero y poder para comprar a esa justicia que cae con despiadada dureza sobre un pobre ladrón de gallinas. Como el muchacho que me escribió desde una cárcel cordobesa pidiéndome un ejemplar del Nunca más autografiado. Mientras ese hombre estaba preso por un delito menor, en un gesto aberrante se puso en libertad a los culpables de haber desangrado a la patria.

Con gran amargura, la tarde en que escuché la noticia de los indultos, me encerré en mi estudio sin deseos de ver a nadie, mientras volvían a mi mente las imágenes del horror, aquellos escenarios del suplicio.

En los años que precedieron al golpe de Estado de 1976 hubo actos de terrorismo que ninguna comunidad civilizada podría tolerar. Invocando esos hechos, criminales de la más baja especie, representantes de fuerzas demoniacas, desataron un terrorismo infinitamente peor, porque se ejerció con el poderío e impunidad que permite el Estado absoluto, iniciándose una caza de brujas que no sólo pagaron los terroristas, sino miles y miles de inocentes.

Cuando el país amaneció de esa pesadilla, el presidente Alfonsín, en su condición de jefe supremo de las Fuerzas Armadas, ordenó a los tribunales militares enjuiciar a los culpables de ese histórico horror. Luego, como estatuye la Constitución, el fuero civil daría la última palabra. Finalmente se nombró una comisión de civiles que, a través de una investigación paralela, aportó pruebas a la labor de los tribunales.

El horror que día a día íbamos descubriendo dejó a todos los que integramos la Conadep, la oscura sensación de que ninguno volvería a ser el mismo, como suele ocurrir cuando se desciende a los infiernos. Siempre recordaré la entereza ética y espiritual de las personalidades de la ciencia, la filosofía, varias religiones y el periodismo, que integraron la comisión.

El informe era transcripto por dactilógrafas que debían ser reemplazadas cuando, entre llantos, nos decían que les era imposible continuar su labor. En más de cincuenta mil páginas quedaron registradas las desapariciones, torturas y secuestros de miles de seres humanos, a menudo jóvenes idealistas, cuyo suplicio permanecerá para siempre en el lugar más desgarrado de nuestro corazón.

El terrorismo de Estado provocó también la destrucción de las familias de los desaparecidos. Padres y madres, en su atormentada fantasía, enterraron y resucitaron a sus hijos, sin saber, siquiera, la monstruosa realidad. Será difícil calcular cuántos padres murieron o se dejaron morir de angustia y de tristeza, cuántos otros enloquecieron. Como ocurrió con Miguel Itzigson, mi gran amigo, que en sus años finales tuvo como único objetivo recuperar a su hija, lograr alguna vez la verdad y la justicia. Pero el enfrentamiento con aquel horror, hecho de la crueldad de unos y la indiferencia de otros, acabó quebrando su admirable temple. Se dejó morir de tristeza.

El día en que la Conadep entregó el informe al presidente de la nación, la plaza de Mayo desbordaba de hombres, mujeres, jóvenes y madres con sus criaturas en brazos, que de ese modo daban su apoyo a aquel acontecimiento fundamental de nuestra historia. Ya que Nunca Más deberíamos reiterar los hechos que nos hicieron trágicamente famosos, cuando la prensa del mundo entero escribía en castellano la palabra "desaparecido".

Lamentablemente, las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, y luego los indultos, han abortado aquella voluntad soberana que hubiese sido un ejemplo de lucha ética, que hubiera tenido consecuencias ejemplares para el futuro de nuestra patria. Porque la tragedia que vivió la Argentina no será olvidada jamás por los que poseen un corazón noble; no sólo por quienes han presenciado aquel infierno, sino también por la condena de todos los seres de conciencia del mundo. Como lo demuestra la investigación que en otros países llevan adelante seres como el juez Baltasar Garzón, con quien estuve durante mi último viaje a España. La sangre, el horror y la violencia cuestionan a la humanidad entera, y nos demuestran que no podemos desentendernos del sufrimiento de ningún ser humano."

jueves, abril 28, 2011

martes, abril 26, 2011

CHERNOBYL (1986-2011)

CHERNOBYL  (1986-2011)



La madrugada del 26 de abril de 1986 se puso en marcha un ensayo en el sistema de retroalimentación del reactor con la finalidad de ahorrar energía. A la 1:23 a.m. se desactivan los sistemas de seguridad y comienza el experimento. Una cadena de errores humanos origina varias detonaciones.
La potencia se incrementa y la fusión de las barras de combustible colisiona con el agua de refrigeración. Esto genera una alta cantidad de vapor que provoca una explosión en el edificio del reactor. En el libro “La verdad sobre Chernóbil” de Grigori Medvédev, uno de los ingenieros de la central nuclear, éste asegura que la tragedia se pudo evitar. Se debió abandonar el experimento y conectar el reactor al sistema de refrigeración de emergencia.
La tapa del reactor de 1.200 toneladas es lanzada al aire y una poderosa corriente de vapor radiactivo libera uranio y grafito a cientos de metros sobre la planta. Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la URSS, es informado recién a las 5 a.m., aunque se le oculta la gravedad de la situación.

Tras la detonación Iván Mijáilovich, quien se encontraba de guardia, alertó al equipo de bomberos que se dirigió hacia la central en llamas. La lucha contra el fuego, sin el equipo protector adecuado, se llevó a cabo en medio de un verdadero “infierno nuclear”, cuenta Medvédev en su libro.
Aunque arrojan toneladas de agua hacia el núcleo, el fuego radiactivo no cede. Los primeros efectos comienzan a hacer sucumbir a los bomberos, quienes se retiran en medio de vómitos, mareos y desmayos, pues todos quedan expuestos a dosis letales de radiación. Esa noche mueren 2 hombres y otros 28 morirán en los meses siguientes.
Los primeros periodistas llegan en helicóptero y observan un enorme agujero en medio de la planta nuclear. El panorama era devastador. Uno de ellos, Igor Konstin, solo toma 12 fotos pues su máquina se traba por la radiación.

En la mañana del 26 de abril, a pocas horas del accidente, a 3 km. de la planta, los 43 mil habitantes de la localidad de Prypiat realizan su rutina diaria. Solo se rumorea que hubo un incendio, pero no saben la magnitud del accidente.
Aparecen soldados enmascarados diseminados por la ciudad que empiezan a medir la radiactividad. En esa época los niveles se medían en roentgens. En Pripyat los niveles están 15 mil veces más altos que lo normal.
Un ser humano puede absorber hasta dos roentgens por año, pero el cuerpo se contamina mortalmente si recibe más de 400 roentgens. Ese día los habitantes reciben 50 veces más de lo habitual. A ese ritmo alcanzarían la dosis mortal en 4 días.

La enorme burocracia soviética entra en acción y se forma una comisión nuclear que viaja a Chernóbil. A 30 horas del accidente, aunque la población de Prypiat no tiene información concreta de lo sucedido, una caravana de buses llega a la ciudad: se ha dado la orden de evacuación.
Mientras las autoridades soviéticas imponen la ley del silencio, rumores provenientes de Suecia hablaban ya de una grave avería en el reactor nuclear, algo que los satélites estadounidenses confirman pocas horas después

Recién el 28 de abril las autoridades de la Unión Soviética rompen su hermetismo ante la dimensión de la tragedia y anuncian oficialmente que se había producido un accidente. La nube radiactiva amenaza vastas regiones de la Europa oriental. No se descarta que la lluvia radiactiva perjudique también los cultivos de Polonia y Alemania Occidental.
El 28 de abril 80 helicópteros viajan desde Moscú para apagar el fuego. Cuando se posan sobre el reactor, a 200 metros de altura, la temperatura está entre 120 y 180 grados centígrados. Cientos de soldados arrojan bolsas de 80 kilos de arena y acido bórico sobre el magma radiactivo para neutralizarlo.
Los hombres son víctimas de los síntomas de la radiactividad: vómitos, náuseas y diarreas. Si la exposición ha sido demasiada se produce el deterioro de la médula ósea y quemaduras que carcomen la carne hasta el hueso. En esta acción heroica mueren alrededor de 600 pilotos.

La contaminación se extiende por Ucrania, Bielorrusia y Rusia. En los días posteriores, las personas evacuadas llegan a 130 mil y se aisla un área de 300 mil hectáreas alrededor de la zona del desastre. La nube radiactiva alcanza Alemania, Italia, Gran Bretaña y Grecia.
Aunque el hoyo se llena con arena y acido bórico, 195 toneladas de material nuclear siguen ardiendo. Entonces surge una nueva amenaza: el bloque de cemento corre el peligro de quebrarse, lo cual permitiría que el magma se filtre y entre en contacto con el agua que pasa por debajo de la planta nuclear, originando una segunda explosión más mortífera.
Para sellar el hoyo se arroja plomo al reactor. La temperatura baja, el hoyo se sella y la radiación desciende. Sin embargo, el riesgo de una segunda explosión se mantiene. La única manera de llegar al corazón del problema es por los túneles. Se debe poner algo debajo del reactor para evitar que el magma llegue al suelo. Entonces se considera una nueva operación.

El 13 de mayo un grupo de mineros inicia una audaz y delicada labor en Chernóbil. Su misión es llegar al reactor por debajo de la tierra e instalar un sistema de refrigeración. En un mes 10 mil mineros trabajan en el túnel bajo una temperatura de 50 grados centígrados. A pesar de la profundidad que los distancia del reactor son expuestos a una radiación de un roentgen por hora.
Batallones de 30 mineros se relevan cada 3 horas, 24 horas por día. En un mes cavan un túnel de 150 metros. Los mineros cumplen su objetivo, pero no se echa refrigerante, solo cemento. 2.500 mineros mueren en el transcurso de los años posteriores.

A continuación el gobierno decide limpiar la zona del desastre y forma un “ejército de liquidadores de la radiación”. Todos son jóvenes reservistas que van a enfrentarse a la peor de todas las batallas.Los liquidadores limpian el polvo radiactivo casa por casa. Se forman escuadrones que patrullan los bosques matando incluso perros y gatos; y eliminando cualquier vestigio de contaminación: Se derriban las casas y se entierran. En un año pasan 100 mil soldados reservistas por Chernóbil.
El siguiente paso es construir un sarcófago de concreto y acero de 170 metros de largo por 66 metros de alto que blinde el reactor dañado. Se envían máquinas de control remoto para remover los escombros, pero surge un nuevo problema. El techo de la planta está lleno de piezas de grafito, altamente contaminadas.

Estas piezas envolvían varas de uranio. Una sola pieza despide suficiente radiactividad como para matar a un hombre en una hora, por lo que hay que deshacerse de ellas. Entonces envían robots para arrojar escombros por el borde de los techos hacia la superficie. Abajo otros robots los recogen para enterrarlos. Pero la radiactividad afecta los circuitos de las máquinas y éstas se averían. Los hombres deberán reemplazarlas.

Se convoca a soldados rusos conocidos como biorrobots: jóvenes soldados que tienen entre 20 y 30 años. Ningún humano ha trabajado jamás en zonas tan radiactivas por lo que confeccionan unos uniformes de plomo que pesan de 26 a 30 kilos. La misión demanda rapidez y coraje.

Cuando suena la sirena el biorrobot sube al techo, y con una pala remueve los escombros y los lanza hacia la superficie. Cada soldado solo tenía dos o tres minutos para realizar su misión. A veces solo 40 segundos.
Hay 7.000 roentgens por hora en esa zona. Durante diez días 3.500 soldados participan de la operación de limpieza. Algunos subieron hasta 5 veces. El trabajo que un hombre haría en una hora en Chernóbil debían hacerlo 60 personas. Algunos se desmayan o tienen hemorragias nasales. Fueron dos semanas y media de infierno.
Como recompensa cada soldado recibe 100 rublos -el equivalente a 100 dólares- y un certificado de liquidador, aunque el nivel de radiación solo descendió en un 35%. Siete meses después de la explosión la zona está limpia y se completa el sarcófago.
Al final se iza la bandera de la Unión Soviética en los altos del reactor, como un acto simbólico de agradecimiento a los soldados. Los liquidadores celebran al colocar su bandera. Es una victoria pírrica que cuesta 18 mil millones de dólares.

Prypiat sigue siendo una ciudad fantasma. Nadie regresó a los edificios abandonados. Sin embargo, para los cientos de refugiados civiles y militares la lucha no terminó. Los que estuvieron allí aún sufren por la radiactividad.
Los liquidadores inundaron hospitales y clínicas. Todos son víctimas del “síndrome Chernóbil”. Todos tienen síntomas de radiactividad en el corazón, los riñones y el sistema nervioso, cuenta un ex liquidador. Hasta hoy más de mil niños han sido tratados por cáncer de tiroides en el centro especializado de Minsk.

De los 500 mil liquidadores 20 mil ya murieron y 200 mil son oficialmente minusválidos. Al cumplirse 25 años de la tragedia la zona de Chernóbil sigue siendo inhabitable y ocho millones de personas viven aún en zonas.



Documental

THE BATTLE OF CHERNOBYL dramatically chronicles the series of harrowing efforts to stop the nuclear chain reaction and prevent a second explosion, to "liquidate" the radioactivity, and to seal off the ruined reactor under a mammoth "sarcophagus." These nerve-racking events are recounted through newly available films, videos and photos taken in and around the plant, computer animation, and interviews with participants and eyewitnesses, many of whom were exposed to radiation, including government and military leaders, scientists, workers, journalists, doctors, and Pripyat refugees.
The consequences of this catastrophe continue today, with thousands of disabled survivors suffering from the "Chernobyl syndrome" of radiation-related illnesses, and the urgent need to replace the hastily-constructed and now crumbling sarcophagus over the still-contaminated reactor. As this remarkable film makes clear, THE BATTLE OF CHERNOBYL is far from over.



http://www.youtube.com/watch?v=yiCXb1Nhd1o

domingo, abril 24, 2011

NUESTROS HERMANOS LOS MIGRANTES

NUESTROS HERMANOS LOS MIGRANTES

Hace varios años, en el Festival de Cine Independiente de Sundance, tres realizadores desconocidos conquistaron adeptos con sus trabajos sobre la inmigración indocumentada en la frontera entre México y Estados Unidos.

Fueron los documentales De Nadie, del mexicano Tin Dirdamal,
http://www.youtube.com/watch?v=uX4X1YhW-sY&feature=related

y Crossing Arizona, de Joseph Mathew, y el drama de Pablo Véliz La tragedia de Macario, los que lograron emocionar al público.

Cada año más de un millón de indocumentados tratan de cruzar la frontera de 3 mil 200 kilómetros entre México y Estados Unidos en busca de trabajo. Al menos 464 murieron al hacer el intento el año pasado, muchos por deshidratación.

Mientras Crossing Arizona se centra en temas que aparecen a diario en los medios estadunidense, De Nadie y La tragedia de Macario abordan el problema desde la perspectiva de los inmigrantes, no siempre incluida en las crónicas periodísticas.

La historia de aquellos que buscan cruzar la frontera está surcada por la pobreza, y los anima la esperanza de hallar mejores trabajos y sueldos en Estados Unidos como trabajadores de la construcción o empleados domésticos.

Algunos cruzan la frontera y logran al menos parte de sus sueños. Muchos no lo consiguen, pero todos necesitan de ayuda, la cual parece faltar, de acuerdo con estas películas y sus realizadores.

De Nadie es la mirada de Dirdamal sobre los centroamericanos que frecuentemente fracasan en el intento por alcanzar la frontera entre México y Estados Unidos porque son detenidos por pandilleros que los golpean, violan y a veces matan.
Conmovido por la historia de los inmigrantes, Dirdamal tomó una cámara digital y se dedicó a documentar sus penurias. El director dijo que quiere que su obra se exhiba en Estados Unidos para que la gente pueda ver a estas personas como algo más que albañiles y mucamas.
http://www.youtube.com/watch?v=uX4X1YhW-sY&feature=related



El documental "Crossing Arizona" de Joseph Mathew, que compite en el Festival de Cine Sundance, examina ambos lados del debate sobre migración en Estados Unidos, y busca mostrar las fallas en la política migratoria de Estados Unidos.

Mathew, un ex fotógrafo de prensa que trabajó ocasionalmente para la AP en Baltimore hace algunos años, indicó que le interesó el tema luego de escuchar acerca de la crisis humanitaria en Arizona cuando se convirtió en un sitio de cruce ilegal de la frontera importante a mediados de la década de 1990.
Dos estrategias para detener el flujo de inmigrantes en la frontera entre Estados Unidos y México: "Operation Hold the Line" de 1993 y "Operation Gatekeeper" en 1994, incrementaron la seguridad cerca de los centros urbanos de El Paso, Texas, y San Diego, respectivamente. Eso dejó a los inmigrantes ilegales con sólo una opción, cambiar de ruta, y viajar durante días a través del árido desierto de Sonora, en la zona sureste.

Se estima que unas 4.500 personas tratan de cruzar el desierto cada día. El año pasado, según datos de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, murieron 253 inmigrantes en Arizona, una cifra récord.
Mathew encontró grupos de personas que reflejan los sentimientos encontrados que despierta la situación. Existen grupos humanitarios que llenan tanques de agua para tratar de salvar vidas a la vez que hay un movimiento llamado "Minutemen" ciudadanos que tratan de detener a los inmigrantes en la frontera, hasta con las armas.
"El enfoque inicial fue cubrir la crisis humanitaria en Arizona", dijo Mathew. Pero al observar cómo el grupo de Chris Simcox atrajo atención a nivel nacional, el debate político se convirtió en otro punto de interés.

Una persona que fue entrevistada para el documental es Mike Wilson, miembro de la tribu Tohono O'odham, que colocó recipientes con agua alrededor de la reserva para ayudar a las personas que se lanzan a cruzar la frontera por el desierto. Su trabajo lo hace para la organización humanitaria "Humane Borders", cuyos empleados no pueden entrar a la reserva, y en contra de los deseos de su propia tribu.

Simcox asistió al estreno de la película la semana pasada, y trajo a algunos miembros de Minutemen con él, relató Mathew. Hubo muchas preguntas del público, pero nadie preguntó sobre cómo se hizo la película, dijo.
Un dueño de un rancho, Phil Krentz, calcula que ha perdido hasta un millón de dólares a lo largo de los años por ganado que se escapa, reparando bardas y limpiando la basura para evitar la muerte de sus vacas si se la comen.

Pero un agricultor, señala en el documental, mientras se ven a decenas de inmigrantes ilegales trabajando atrás de él, que depende de ellos. Teme que agentes de migración deportarán a sus empleados. "Si perdemos a estos tipos, perdemos una semana" de la cosecha, lo que podría provocarle la bancarrota, expresa.
"No fue nuestra intención denostar a nadie. La política fronteriza de Estados Unidos no sirve a nadie en la actualidad", dijo Mathew.
VER VIDEO


viernes, abril 22, 2011

ARGENTINA : DIAS DE CARTON

DIAS DE CARTON

Verónica Souto
Argentina, 2005 - 51 minutos


En este documental se muestra la pobreza en la Argentina.
Las víctimas más elocuentes de la crisis social y económica que atraviesa Argentina: los cartoneros, aquellas personas que viven en los márgenes más extremos de la sociedad. Son un ejército de sombras de más de 100.000 personas que cada tarde llegan a la periferia empobrecida, a la ciudad, en camiones, a pie, en carros, pero sobre todo en trenes. Y el más emblemático de todos esos trenes, por ser el primero y por las terribles condiciones en que se halla, es el Tren Blanco.




This multi-award winning documentary is based on the life and work of the cardboard collectors of Buenos Aires City, the so called "cartoneros". The film focuses on this army of the shadows that every night walks and works in the streets of the richest districts of the city. Traveling with them on a train with no lights, seats, windows or doors, like foraging animals, we enter an underworld of despair, exploitation, racism and speculation difficult to ignore. Giving voices to these real outcasts, the film explores the different forms of organizations they give to themselves, the faces and names of those who legally and illegally profit on other people's misery via the multimillion dollars business of rubbish collection and the reality of life in a country and a city in which globalization went completely wrong. "Cardboard Days" is also a reflection on megalopolis, recycling, urban alternative life styles and economic inequity. Rising multiple issues of significant ecological, social, antrophological and etnographical importance, the film invites the spectator to an unforgettable trip into Latin America's deep hopes and desires, fights and politics, shadows and lights.

Nicaragua tan violentamente dulce ...

« Nicaragua tan violentamente dulce »
(Julio Cortazar)

NUESTRA AMERICA
(Unser America)
2005

En este documental de Kristina Konrad, quien vivió en Nicaragua entre el 1984 a 1986, aborda la situación nicaragüense entrelazando el pasado y el presente de dos mujeres, Magaly Cabrera y Ana Cecilia Rojas, comprometidas con el proceso revolucionario en las filas del ejército. Atrás quedó la utopía de un proyecto que luchaba por superar la pobreza y la desigualdad, en el que las mujeres tuvieron un protagonismo indiscutible.

La puerta de entrada a esta Nicaragua desaparecida es una simple foto : dos muchachas del Batallon de Mujeres Veronica Lacayo. A partir de esta foto nos invita a este reencuentro.



KRISTINA KONRAD , cineasta suiza presenta su pelicula :

Los dos años que pasé en Nicaragua fueron el periodo en el que viví los momentos más intensos y más controvertidos de mi vida.

Una Revolución en medio de una encrucijada, es decir, entre el deseo por un reinicio radical y la necesidad de reconciliarse y abrirse. Una Revolución que mueve cielo y tierra, encontrándose prisionera por todo lo que faltaba y en un estado de dependencia brutal del “mundo exterior”.

Una Revolución caracterizada por la re-construcción y destrucción; por una profunda religiosidad y un espíritu rebelde, así como por el deseo de llevar las riendas del destino.
Nunca me había reído tanto como con aquella gente atormentada y marcada por guerras y la miseria. Y sin embargo, su fatalismo me enervaba a mí como europea, de la misma manera que su capacidad de improvisación me dejaba asombrada.
La suave belleza del país engaña…, volcaes vomitando lava, tierras áridas, huracanes y tempestades arrastrando casas y personas, la tierra temblando y abriéndose…año tras año confrontados a alguna catástrofe.
Y como por arte de magia esa aridez se transforma, después de la primera lluvia, en un verdor exuberante y floreciente.
Fue una relación intensa y un contacto con un país y su gente que nunca más volví a experimentar de esa forma. Ahora, mirando hacia atrás, podría afirmar que fue también mi encuentro con el “hacerse revolucionario” de los seres humanos y su esperanza de llevar una vida digna. Una esperanza que aun en las circunstancias más difíciles provocaba un sin embargo lleno de humor.

Esa Nicaragua agitada, abriéndose camino, de cambios e historias sorprendentes atraía como un imán: miles de norteamericanos y europeos, acostumbrados a una buena vida material y casi completamente desacostumbrados a soñar, renunciaron al encanto del consumo, es más, a la ducha cotidiana y “a una copiosa cena ganada con el sudor de sus frentes.”
Ellos se expusieron a peligros de muerte y, especialmente, a una vida cotidiana bien difícil, vivieron y trabajaron en Nicaragua apoyando la Revolución pero también luchando por sus propios sueños.
La Revolución nicaragüense tampoco tenía un buen porvenir. Nicaragua tiene hoy (2005) un gobierno neoliberal. El pueblo le quitó el poder a la Revolución a través de elecciones democráticas. Cabe agregar que, en el transcurso de una guerra sucia, dirigida por los Contras y financiada por Nuestra America, los Estados Unidos, 50.000 personas perdieron la vida antes de que el pueblo se decidiera democráticamente contra los sandinistas.
También se podría hablar de la corrupción progresiva de los sandinistas, algo que llevó a que muchos líderes intelectuales les dieran la espalda. En 2001, durante la campaña electoral entre los neoliberales y los sandinistas, el cura, poeta y ex ministro de Cultura sandinista Ernesto Cardenal lo formuló así: “Por un lado, tenemos al capitalismo auténtico y por el otro, una revolución falsa. Son dos males diferentes.”


No obstante, lo que sí se perdería con esto sería la comprensión del « hacerse revolucionario », de ese momento en donde lo imposible se hace posible, donde la historia pierde sus cabales y lo utópico parece (ser) algo concreto. Es ese el momento que más me ha interesado e inspirado para realizar este proyecto.

Sentí miedo de regresar a Nicaragua, miedo de esa “nueva” Nicaragua. Y sí que viví otro país.

A primera vista, Nicaragua se ha convertido en un país « normal » del Tercer Mundo; una normalidad que significa ante todo, miseria incipiente, desempleo y corrupción. Es decir: Una vida bajo condiciones infrahumanas, y quizás lo peor: la falta de esperanza.


Aparte de todo eso, sentí un país traumatizado por la guerra, la corrupción y las catástrofes. Un país que parece como un enclave de Estados Unidos cerrando los ojos ante su propia historia.

Quizás la película sea también un intento de darle cabida a “ese momento” de la historia.

http://www.weltfilm.com/html/eng/welcome.html

jueves, abril 21, 2011

Tim Hetherington (1970-2011)

Tim Hetherington  (1970-2011)
(RESTREPO, 2010)




Una vida profesional dedicada a plasmar los peores conflictos del hombre. Tim Hetherington reflejó en este poco convencional y hasta experimental diario las imágenes que recopiló a lo largo de su carrera. Hetherington murió el miercoles en Libia, junto a otro excepcional fotógrafo Chris Hondros. Un grupo de periodistas se vio sorprendido por una lluvia de morteros procedente de las fuerzas libias que cercan Misurata. Siempre hay que estar cerca para cubrir una guerra, y ni siquiera los mejores saben si en un momento determinado están demasiado cerca.

Hetherington y Sebastian Junger codirigieron 'Restrepo', un documental centrado en un grupo de soldados norteamericanos enviados al valle afgano de Korengal. Estuvo también en otros muchos sitios. Por ejemplo durante años viajó a Liberia cuando pocos medios estaban interesados en esa guerra civil.
Fue premiado por demostrar que la guerra es un agujero que termina tragándose a los que parecen invencibles.

Nacido en el Reino Unido, Hetherington fue nominado al Oscar este año por Restrepo, un documental que co-dirigió junto al periodista Sebastian Junger.
Hetherington pasó ocho años en el occidente de África y ha reporteado asuntos sociales y políticos alrededor del mundo, en especial el conflicto en Liberia.

El fotógrafo ganó fama internacional por Restrepo, que narra el despliegue de un pelotón de soldados estadounidenses en el valle de Korengal en Afganistán.

"La película se enfoca en un remoto lugar con 15 hombres, Restrepo, lleva ese nombre después de que el  paramédico de origen colombiano Juan Sebastián Restrepo, del pelotón fue muerto en acción.

"Es un film totalmente vivencial: las cámaras nunca dejan el valle; no hay entrevistas con generales o diplomáticos. La única meta es hacer sentir a la audiencia como si ellos tuvieran que estar en un despliegue de 90 minutos. Esto es guerra, punto".

Hetherington ha reporteado conflictos y asuntos de derechos humanos por más de diez años.

"Fue el único fotógrafo que estuvo detrás de la línea de los rebeldes durante la guerra civil en Liberia en 2003 —trabajo que culminó con el film Liberia: an Uncivil War y el libro Long Story Bit by Bit: Liberia Retold (Umbrage 2009), y su trabajo para Human Rights Watch para denunciar las masacres civiles en la frontera de Chad y Darfur, en 2006, apareció en el documental "The Devil Came on Horseback.

En 2006, se tomó un descanso como fotógrafo para trabajar como investigador del comité de sanciones para Liberia del Consejo de las Naciones Unidas.

Restrepo fue su debut como director y ganó el premio del Gran Jurado en el festival de cine de Sundance en 2010. Ha ganado varios premios.

Diary, su más reciente película, es un "corto experimental altamente personal".









JUAN SEBASTIAN RESTREPO

Durante 20 años y nueve meses, Juan Sebastián Restrepo fue el hijo de Gloria Marcelo Pardo; el mejor amigo de Jorge A. González; durante siete meses, el padre de una niña llamada Ariana y durante un año y cinco meses paramédico del Ejército de Estados Unidos.
Ahora, gracias a un documental que ganó un premio, su nombre es sinónimo de la compleja guerra de Estados Unidos en Afganistán.

El 22 de julio del 2007, Restrepo, de Pembroke Pines, murió en una escabrosa colina a 7,000 millas de su casa, en el Valle Korengal, en el este de Afganistán: una trampa mortal llena de talibanes donde casi 50 soldados estadounidenses perdieron la vida en cinco años de lucha.

Dos meses antes, el Segundo Pelotón, los Espartanos, establecieron la Base Restrepo en el lugar donde cayó: "La base más vulnerable en el valle más disputado en todo el sector controlado por Estados Unidos americano'', escribió Junger.
El y el fotoperiodista Tim Hetherington pasaron la mayor parte de un año allí y luego escogieron el nombre de la base para un documental sobre la vida de los soldados en combate.
Restrepo: One Platoon, One Year, One Valley, un documental que ganó el Gran Premio del Festival de Cine Sundance, se presenta en los 24 cines de AMC Aventura el 23 de julio --tres años y un día después de la muerte del soldado de primera clase Juan Sebastián "Doc'' Restrepo, segundo pelotón, Compañía Battle, segundo batallón, Regimiento de Infantería de Paracaidistas 503, Brigada de Paracaidistas 173.

domingo, abril 17, 2011

ENTREVISTA: JOSÉ MUJICA - PRESIDENTE DE URUGUAY

ENTREVISTA: JOSÉ MUJICA

PRESIDENTE DE URUGUAY

"Tenemos un concepto socialista. Pero no es posible construir el socialismo con sociedades de semianalfabetos"

El presidente de Uruguay, José, Pepe, Mujica (76 años), recibe a EL PAÍS en uno de los momentos más delicados de sus 13 meses de mandato. El Senado, gracias al voto de su grupo, el Frente Amplio, va a dejar sin efecto la Ley de Caducidad, vigente desde 1986, que ha permitido hasta el momento no juzgar a los militares acusados de cometer atroces delitos durante la dictadura de 1973 a 1985. Es conocido que Mujica, ex dirigente tupamaro, que fue brutalmente torturado y que pasó casi 15 años preso, no ha querido impulsar personalmente esa iniciativa y que intenta mantener su presidencia al margen de la polémica.
No es el único exguerrillero que no quería que se derogara la ley de amnistía. Otro dirigente histórico, el senador Eleuterio Fernández Huidobro, votó, por disciplina partidaria, con su grupo y a favor de reabrir los procesos, pero inmediatamente dimitió. Al acabar esta entrevista, el presidente Mujica fue a visitar a su viejo amigo para darle un fuerte abrazo en público.
Al día siguiente, temprano por la mañana, en la pequeña chacra en la que el presidente vive con su esposa desde hace más de 20 años, en condiciones realmente muy modestas (unos 45 metros cuadrados construidos), nos explica su gesto: "Los partidos son importantes, con todos sus defectos; sin ellos no se puede avanzar. Por eso hay que defenderlos y votar con disciplina. Aunque luego, por coherencia personal, este viejo compañero prefiriera presentar su dimisión". A su lado, su compañera, la senadora y también exguerrillera, igualmente presa y torturada, Lucía Topolanski (67 años) asiente y arregla trabajosamente en la mesa de la cocina la ropa recién descolgada de la cuerda.

P. Uruguay ha venido soslayando el problema de si juzgar o no a los militares, al contrario de lo que decidió Argentina.
R. No creo que sea así. En Uruguay hubo dos plebiscitos sobre el tema. De hecho, no creo que ningún otro país se haya tomado tanto trabajo para resolver esa cuestión. Lo que sucede es que, en los dos plebiscitos, el voto fue contrario a la derogación de la Ley de Caducidad. Lo cual no es equivalente a que la gente haya avalado lo que ocurrió en la dictadura. En el primer plebiscito (1989), la herida estaba demasiado fresca, había temor y racionalmente mucha gente prefirió intentar mirar hacia delante. En el segundo plebiscito (2010) había pasado mucho tiempo y había muchísima gente joven para la que este no era un tema central. Insisto en que eso no quiere decir que se avalaran las decisiones de la dictadura ni nada por el estilo. Eso sería injusto con la sensibilidad de mi pueblo. Pero creo que una parte de la ciudadanía estaba harta de la discusión.

P. ¿Qué ha pasado ahora para que su partido vote en contra de lo decidido en los dos referendos?
R. Hay una parte del pueblo que sufrió más, y sobre todo están sus familiares, que no encuentran consuelo con algunas cosas que pasaron en Uruguay y que no se han ventilado desde el punto de vista jurídico. Uruguay no se diferencia en eso de cualquier otro país. Me he enterado de que en España andan removiendo cementerios. Hay heridas viejas que desgraciadamente permanecen en alguna gente que integra nuestras sociedades. No les pasa a todos, pero hay gente que tiene ese reclamo.

P. Existe además una decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que falló en febrero que el Estado uruguayo debía modificar esa ley, en una demanda relacionada con el caso Gelman, la nieta del poeta, desaparecida en 1976 y recuperada en 2000.
R. En efecto, estamos condenados desde el punto de vista internacional por mantener esa ley. No es un problema sencillo. Hay caras valiosas desde los dos puntos de vista. Es un dilema entre las decisiones que tomó nuestro pueblo y la decisión del Parlamento, que aparece como enmendando el resultado de los plebiscitos. ¿Por qué lo hace? A una parte del Parlamento le parece que lo tiene que hacer.

P. Parece que usted, como presidente, quiere mantenerse al margen de este tema.
R. El Ejecutivo rehuyó meterse en esta discusión, porque somos presidentes de la nación. De los que nos votaron y de los que no nos votaron. Dijimos desde el primer momento que queríamos construir, en todo lo que se pudiera, unidad nacional. Tuvimos bastante éxito y la oposición está participando como hacía años que no lo hacía. En realidad, nos hace un favor, porque nadie nos va a controlar mejor que la oposición. En fin, esta discusión no le hace bien a la unidad nacional, y por eso le pedimos al partido que dejara deliberadamente fuera al Gobierno.

P. Pero es muy difícil que se mantenga al margen. Como presidente, tiene usted la facultad de vetar las leyes.
R. Sí. Es verdad que no logramos sacar al Gobierno del asunto. Nos dicen que por qué no vetamos. Nos presionan para vetar. Pero nosotros ya habíamos declarado, cuando asumimos, que éramos contrarios al ejercicio del veto presidencial.

P. Su antecesor, Tabaré Vázquez, vetó la ley que despenalizaba el aborto.
R. Sí, pero yo aclaré que no iba a aplicar el veto en mi mandato. Creo que el Parlamento tiene una enormidad de defectos, también una virtud trascendente. Es la cosa más representativa que tiene un país y por eso creo que el Ejecutivo no debe enmendarle la plana. Lo debe respetar, le guste o no.

P. Ha habido mucho nerviosismo entre los militares retirados que afirman que mantuvieron conversaciones con usted en los años noventa para dejar solucionado este asunto.
R. A lo largo de estos años hemos conversado muchas veces con los militares y tendremos que seguir conversando otras tantas. Yo le doy mucha importancia al factor militar. No son el motor de la historia, pero suelen ser la puerta que se abre y que se cierra. Una democracia republicana debe cultivar la fidelidad de sus fuerzas armadas. Nunca se va a tener la fidelidad de aquellos a los que uno desprecia. Esta es la paradoja. Esta herida que traemos del pasado hace que, subjetivamente, mucha gente de este país esté inculpando a los militares de hoy por los que lo eran ayer. Y esto es un error que cometemos para con el futuro.

P. Si todo hubiera dependido de una decisión estrictamente suya, ¿qué habría pasado?

R. Como persona, no soy adicto a vivir mirando para atrás, porque la vida siempre es porvenir y todos los días amanece. Pero esa es mi manera de ser. No se la puedo imponer a mis conciudadanos.

P. Hablemos de otro tema. ¿Cree usted que existe una izquierda latinoamericana democrática, que ha dado nuevas esperanzas a un importante sector de la población?

R. Parecería que la izquierda que queda en el mundo se refugia en América del Sur. Pero no. La izquierda es vieja como el hombre. También la derecha. El hombre tiene una cara conservadora y tiene una de cambio; es parte de la condición humana. El hombre va a vivir con esa contradicción. La cara conservadora, que tiene sus razones muy serias, porque no se puede vivir cambiando todos los días, cuando se hace crónica y cerrilmente cerrada, deja de ser conservadora y se hace reaccionaria. La cara de izquierda, cuando es tremendamente radical, se hace infantil. El partido lo resuelven quienes están en el centro, que son la mayoría.

P. Para arrastrar a ese centro, ¿ha tenido que atemperar sus propias ideas?
R. Hay que aprender del centro también. Cuando éramos jóvenes, lo veíamos lleno de pequeños burgueses. Cuando lo miramos ahora, con la perspectiva del tiempo, lo vemos como una expresión del amor a las cosas pequeñas de la vida, que al final son muy importantes. Precisamos ese centro. Si vamos tan apurados que lo perdemos, quedamos solos.

P. ¿El primero que vio claro eso fue Lula?
R. Sí. Es probable que, de la gente moderna, haya sido Lula el primero. A Lula lo criticaron mucho desde la izquierda por ser demasiado conservador. Sin embargo, logró imprimirle a Brasil cambios muy importantes. También ha dejado una serie de interrogantes. De caminar uno por la izquierda, se aprende una lección: con la gente no se hace lo que uno quiere. A la gente hay que tratar de ayudarla y, hasta donde se pueda, conducir los fenómenos que ayudan hacia el porvenir. Pero nunca hay que creer que vamos a construir a la gente como se nos antoja a nosotros.

P. ¿Siente usted que le critican por demasiado moderado, como a Lula?
R. Sí, eso va a estar ahí, inevitablemente. Lo que sucede es que nosotros queremos repartir mucho, por eso vamos despacio. A nosotros, filosóficamente, no nos gusta el capitalismo, ni por asomo. Desde ese punto de vista, tenemos una concepción socialista del hombre. Pero pienso que no es posible construir el socialismo con sociedades de semianalfabetos. El capitalismo tiene que cumplir un ciclo importante, multiplicar los medios, multiplicar el conocimiento y la cultura y va a terminar siendo sepulturero de sí mismo, porque también nos va a hartar con sus despropósitos y con la cantidad de injusticias que comete.

P. Por eso aconseja usted ir despacio.
R. Estoy apurado por tener buenas universidades, sueño con multiplicar la riqueza, lo que no es equivalente a multiplicar la igualdad. Va a seguir habiendo injusticia, porque el capitalismo no es justo, es explotador y crea diferencia, pero tiene una energía formidable. Hay dos fuerzas que están en la cabeza humana, el egoísmo y la solidaridad. La afirmación del individuo y la afirmación de lo colectivo. Solamente la cultura puede hacer primar la solidaridad. Pero nos falta, está verde, y corremos riesgo de caernos en un pozo.

P. ¿Y mientras tanto?
R. Los hechos demostraron que es posible instrumentar cambios que podrán considerarse relativos, pero que son cambios a favor de lo que siempre considerábamos, desde el punto de vista de la izquierda, que era una deuda. Nosotros no hemos hecho ningún Gobierno revolucionario en estos años. Sí hemos disminuido muchísimo la pobreza y la indigencia, hemos mejorado considerablemente el acceso a la salud pública, el aporte a la enseñanza, hemos gastado mucha plata en cuestiones sociales.

P. ¿Esos avances son solo posibles con Gobiernos de izquierda?

R. En última instancia, y aunque resulte esquemático, los Gobiernos progresistas de izquierda tienden a favorecer a los sectores más amplios y de menos recursos. Pueden tener muchos defectos, pero tienden a repartir. Los Gobiernos conservadores tienden a concentrar más. Esa es la diferencia. Es posible que a Lula le hagan muchas críticas, pero lo cierto es que 40 o 50 millones de brasileros dejaron de ser pobres crónicos y hoy componen eso que podemos llamar "pequeña clase media". Para el que come todos los días le podrá parecer demasiado poco, pero para el que ha pasado hambre es bastante.

P. ¿Cree usted que en su periodo de 13 meses en la presidencia se ha acelerado ese reparto?
R. Nosotros le dimos continuidad a ciertas políticas que venían del Gobierno anterior, que era del mismo signo, y hemos tenido algunos resultados. Por ejemplo, la mortalidad infantil bajó dos puntos; la desocupación en el Uruguay, que era un flagelo, esta ahora en un 5,5% o un 6%. Hemos disminuido notablemente la cantidad de indigentes, nos quedan 35.000 y los vamos a ubicar, uno por uno. Hemos disminuido bastante la pobreza. ¿Es suficiente? No, no es suficiente; por ejemplo, tenemos problemas de seguridad más graves que antes.

P. ¿Por qué ha aumentado tanto la delincuencia juvenil?
R. Estamos pagando la consecuencia de cosas que pasaron en el año 2000. Una gravísima crisis que afectó al tejido social de nuestra sociedad. Estamos cosechando el fruto amargo de aquellos años de crisis y tenemos que remontar esta situación. El problema juvenil es para nosotros una de las prioridades más importantes. Una franja de chicos que no se ven motivados para trabajar ni estudiar.

P. ¿Eso cómo se arregla?
R. Tenemos que dar respuestas sociales, no las hemos encontrado y, como todo el mundo, le estamos achacando falencias a la enseñanza. Va a tener que haber grandes cambios. Se me ocurre que la enseñanza en el futuro va a tener que ser muy distinta. Tenemos que enseñarles a los muchachos a levantarse cuando fracasan. El conocimiento esta allí, lo van a encontrar si lo buscan, pero necesitan las cuestiones básicas para la vida, a las que les damos muy poco tiempo.

P. En su país hay una polémica muy fuerte a propósito de la posibilidad de bajar la edad de imputabilidad.
R. No arregla nada porque no conozco ningún delincuente, sobre todo joven, que cuando va a delinquir piense en lo que le puede pasar. En general pertenecen a familias fracasadas. Que hagan lo que quieran, que bajen la edad, que la suban, el problema está en otro lado.

P. Volviendo a América Latina, ¿cuáles son los mayores interrogantes en este momento?
R. Creo que Brasil tiene una enorme responsabilidad respecto al futuro de América Latina. Puede acometer dos caminos: tratar de colonizarnos, aunque sería un error, porque ya no es la época de Inglaterra, o tratar de asociarnos y juntarnos. ¿Qué hacemos los latinoamericanos divididos en un montón de repúblicas? La sintonía de Brasil con la Argentina es clave para que este fenómeno pueda cristalizar. No es fácil y podemos fracasar, porque siempre están los intereses cortitos y el patriotismo. Nosotros, los uruguayos, somos muy claros en este discurso, levantamos esta bandera de unión y asociación.

P. ¿Qué le parece Ollanta Humala y su posible victoria en Perú?
R. Es un país muy importante, grande y con muchas reservas. No conozco a Ollanta Humala en profundidad, pero creo que debe de haber aprendido mucho en estos años, porque los hombres aprendemos mucho más de las derrotas que de los triunfos.

P. ¿Comparte la teoría de que existen dos polos en América Latina, uno que sería representado por Brasil y otro que representaría Venezuela?

R. No. Nosotros estamos luchando porque Venezuela entre en el Mercosur. La antinomia que puede haber con Hugo Chávez es de patas cortas porque se olvida de que los Gobiernos pasan y los pueblos quedan. Y Venezuela es un gran país, estratégico. Quiero ver qué hace Europa el día que Rusia vaya a golpear en la puerta y quiera entrar. -

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viernes, abril 15, 2011

EL GRAN DICTADOR (Chaplin, 1940)

EL GRAN DICTADOR  (Chaplin, 1940)

El gran dictador (en inglés The Great Dictator) es una película estadounidense de 1940 escrita, dirigida y protagonizada por el británico Charles Chaplin. Se estrenó en Nueva York el 15 de octubre de 1940 y en Londres el 16 de diciembre de 1940.  No se estrenaría en Alemania hasta 1958.La película estuvo censurada en España entre (1940 y 1975). Se estrenó en 1976 tras la muerte de Franco.
El gran dictador es una sátira al fascismo, y en particular de Adolf Hitler y su Nacionalsocialismo.

Chaplin realiza en su segundo largometraje sonoro una sátira agria de Hitler. La Segunda Guerra Mundial comienza el 1 de septiembre de 1939 y el rodaje comienza el 9 de septiembre de 1939 en un gran hermetismo por las presiones que estaba recibiendo para no filmarla de la embajada alemana y de su productora United Artists, que había recibido amenazas de boicot. La política estadounidense era neutral en ese entonces y se "desalentaban" producciones antihitlerianas, pero el presidente Franklin D. Roosevelt animó al director a seguir con el rodaje cuando muchos le animaban a no grabar la cinta.
Pese a esto y a que las críticas de la prensa fueron negativas en particular con su discurso final, fue la película que más recaudó de las que realizó. Chaplin tardó 559 días en terminar la película.

Chaplin interpreta en la película a dos personajes (al dictador y a un barbero judio). Esta cinta fue el primer filme sonoro, con diálogos, de Chaplin. La película  era una de las películas predilectas que tenía Hitler en su cine particular, y obtuvo sus mayores éxitos después de 1945 . Al conocer años después el horror de los campos de exterminio, Chaplin afirmó que no hubiera realizado la película de saberlo, aunque muestra gran intuición sobre el tema al realizarla, con una fuerte carga de moralidad y llena de parodias y críticas hacia un sistema político tan fuerte como era el nacionalsocialismo. Chaplin al final de la película sorprende con un manifiesto tremendamente emotivo donde expone el horror de la guerra y lo terrible que es para las personas estar sometidas bajo la figura de un dictador.

El Gran Dictador - Escena del Globo Terráqueo 


Discurso de Charles Chaplin en El Gran Dictador









"Lo siento, pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, no quiero gobernar ni conquistar a nadie, sino ayudar a todos si fuera posible. Judíos y gentiles blancos o negros. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos, la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros. Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, a millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá. Soldados, no os rindáis a eso que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como a carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina. Vosotros no sois máquinas, no sois ganado, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que no aman y los inhumanos. Soldados, no luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas se lee: "El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres..." En Vosotros, vosotros el pueblo tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, vosotros el pueblo tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa de convertirla en una maravillosa aventura. En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres trabajo, y de a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Con la promesa de esas cosas, las fieras alcanzaron al poder. Pero mintieron; no han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer nosotros realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, donde el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados, en nombre de la democracia, debemos unirnos todos."