MONJAS MARTIRES
El Salvador,1980
El Departamento de Justicia ha hecho publico el sumario que confirma la orden de deportación del exministro de Defensa de El Salvador, Carlos Eugenio Vides Casanova, por su intervención en crímenes contra la humanidad durante la guerra civil que se desarrolló en el país centroamericano en los 80. Esta resolución, adoptada por un juez de inmigración en febrero del año pasado, y ratificada en el mes de agosto, supone un cambio radical en la política de EE UU que, hasta entonces, no había extraditado a ningún alto cargo militar por violación de derechos humanos, y abre la puerta a la expulsión de otros oficiales, como Vides Casanova, amparados por la Administración estadounidense durante las décadas de los 70 y 80.
Vides Casanova, director de la brutal Guardia Nacional de El salvador, antes de convertirse en ministro de Defensa de ese país entre 1963 y 1989, fue uno de los principales aliados de Washington en su lucha contra la expansión de las guerrillas de izquierdas en el continente americano en la Guerra Fría. Durante los 80, la dictadura de El Salvador, asistida económica y militarmente por EE UU, orquestó una campaña de terror para contener a los movimientos revolucionarios de izquierdas. Durante la guerra civil salvadoreña, Vides Casanova fue condecorado por el Gobierno de Ronald Reagan con la Legión al Mérito por su carrera militar. Tras abandonar su cargo en el Gobierno, el exgeneral se retiró a Florida donde al poco tiempo le fue otorgada la residencia permanente en EE UU.
El juez James Grim falló en febrero de 2012 a favor de la deportación del exgeneral Vides Casanova tras concluir que, durante su mandato como ministro de Defensa de El Salvador, torturó a dos ciudadanos de ese país y participó en la violación y asesinato de cuatro monjas estadounidenses en 1980. En la actualidad, hay varios antiguos altos cargos militares salvadoreños que podrían enfrentarse a deportaciones por delitos contra la humanidad. ”En EE UU hay cientos de personas responsables de violaciones contra los derechos humanos”, indican desde el Center for Justice and Accountability. “La decisión del juez debería hacerles reflexionar sobre la posibilidad de vivir aquí tranquilamente en el futuro”, puntualizan.
http://www.pbs.org/wnet/justice/law_background_ford.html
Corría el año 1980, cuando comenzaba en El Salvador la guerra entre rebeldes de izquierda que buscaban una reforma social y las milicias represivas del gobierno conservador. Cerca de un millón de personas resultaron desplazadas por el conflicto y más de 75,000 perdieron la vida. Entre los muertos se encuentran miembros de la iglesia, a quienes se les consideraba subversivos por ayudar a los pobres. La Hermana de Maryknoll Madeleine Dorsey, quien sirvió en El Salvador en ese momento, reflexiona sobre la muerte de cuatro de sus compañeras: la Hermana Ursulina Dorothy Kazel, la misionera laica Jean Donovan y las Hermanas de Maryknoll Ita Ford y Maura Clarke.
El recuerdo de los eventos de 1980 siempre será doloroso y hermoso al mismo tiempo, ya que la fe de la gente querida que perdimos aún nos habla hoy en día. Que yo haya sobrevivido sigue siendo un misterio para mí. Trabajaba con los pobres y tuve las mismas probabilidades de encontrar la muerte que mis compañeras. Ninguna otra Hermana de Maryknoll conocía la complejidad de El Salvador, ni entendía la guerra no declarada del gobierno contra sus propios pobres como yo.
Yo había sido testigo de demasiada violencia ese año y me encontraba sola, sirviendo a una comunidad de 8.000 personas en la Diócesis de Santa Ana. Los recién formados escuadrones de la muerte llegaban por las noches, se llevaban a los jóvenes y, en ocasiones, a sus padres también.
Dorothy Kazel y Jean Donovan, del equipo misionero de Cleveland, trabajaban a hora y media de Santa Ana. Siempre les preocupó que yo estuviera sola. Jean insistía en que no dejara de ir a nuestros días de oración y descanso que planificábamos con anterioridad.
En 1979, cuando el equipo líder de las Hermanas de Maryknoll solicitó voluntarias para unirse a nosotros en El Salvador, Carla Piette, Ita ford, Terry Alexander y Maura Clarke se ofrecieron. Carla llegó el 24 de marzo, el mismo día en que el Arzobispo Oscar Romero fue asesinado mientras ofrecía una Misa. El impacto de su muerte fue sobrecogedor en todo el mundo. Romero denunciaba constantemente la violencia. La voz del pueblo había sido silenciada.
Maura e Ita hicieron trabajo social con los refugiados desplazados. Por designio de Dios, la gentil Maura, tras sólo tres meses y medio en El Salvador, acompañó a Ita, Dorothy y Jean a su martirio.
Es una historia de muerte, sepultura y resurrección. Es la única manera en la que puedo recordar aquellos días desde aquel 2 de diciembre en el que desapareció el automóvil en el que se desplazaban las cuatro misioneras. Dos días de búsqueda después, un granjero le contó a su párroco que había sido obligado a enterrar “cuatro mujeres blancas sin identificar”. Literalmente, “volamos” en un jeep hasta esa zona remota.
Entonces vino la dolorosa exhumación. Jean salió primera, su adorable rostro había sido destrozado. Dorothy tenía una expresión tranquila. La cara de Maura parecía emitir un quejido silencioso. Finalmente, estaba la pequeña Ita. Me acerqué para limpiar la tierra de sus mejillas y colocar su brazo cerca de su costado. Nosotras, las Hermanas, caímos de rodillas en reverencia. Sentí como si fuera un momento de resurrección. Sí, sus cuerpos muertos y abusados estaban allí, pero sus almas estaban con el cariñoso Salvador.
Cada 2 de diciembre se celebra con liturgias, reconstrucciones dramatizadas y procesiones la memoria de estas mujeres que sirvieron a la iglesia. En Estados Unidos, varias obras sociales para gente de bajos recursos llevan sus nombres. En El Salvador, también, un proyecto de agricultura autosostenible fue llamado en honor de las religiosas, así como muchas jóvenes de ese país.
Maura, Ita, Jean y Dorothy están vivas, y yo sólo puedo agradecer a Dios por haberlas conocido, querido y apreciado, mujeres maravillosas con dones de entrega generosa.
(La Hermana Madeline Dorsey tiene 92 años y vive en el centro de las Hermanas de Maryknoll en New York.)
sábado, abril 13, 2013
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