Los dos millones de habitantes con los que llegó a contar la ciudad situada en el Estado de Michigan en los años cincuenta -cuando acosada por el racismo y la falta de trabajo los afroamericanos del sur decidieron emigrar al norte atraídos por una boyante industria del automóvil que empleaba a uno de cada seis estadounidenses-, Detroit fue viendo como su población descendía en caída libre debido al crimen y unos servicios públicos que remitían al subdesarrollo propio de países tercermundistas.
En la actualidad el censo lo componen poco más de 700.000 almas, cifra a la que se ha llegado desde el lento declive iniciado en 1967 tras unos disturbios raciales que se encuentran entre los más violentos de la historia del país. En la última década, el deterioro se aceleró con brutales cifras que lo prueban: el paro se sitúa en el 18% (más del doble de la media nacional); cerca de 80.000 edificios están abandonados o seriamente dañados; la policía tarda 58 minutos en responder a una llamada frente a los 11 de media nacional; y el 40% del alumbrado eléctrico, sencillamente, brilla por su ausencia y no funciona.
Detroit es la mayor ciudad de la historia de EE UU que suspende pagos y lo hace como última alternativa para poder reestructurar sus cuentas públicas ahogadas por una deuda estimada en 20.000 millones de dólares. “Se que muchos de ustedes verán lo que está sucediendo como un momento bajo en la historia de la ciudad”, ha declarado el Gobernador Rick Snyder en una carta en la que autoriza la solicitud de bancarrota. “Siendo esto correcto también creo que serán los cimientos para el futuro de la ciudad, lo que no ocurriría si no le diéramos la oportunidad de empezar libre de la carga de una deuda que no puede pagar”, finaliza el Gobernador.
Pocos o ningún político ha contestado la decisión o ha solicitado un rescate de la ciudad, como se hizo con la industria del automóvil, que hoy se encuentra recuperada y creciendo, nada más iniciarse la Administración de Barack Obama. Ayer, la Casa Blanca anunciaba que seguía de cerca lo que sucedía en la ciudad y que se comprometía a “seguir apoyando su fuerte alianza” con Detroit. Quienes quisieron ver en el renacer de Chrysler y General Motors esperanzas para sus vidas en la ciudad ven ahora esas expectativas frustradas, ya que según los expertos las bancarrotas de las corporaciones nada tienen que ver con las municipales y sus desarrollos y resultados son muy distintos.
Los jueces resuelven una suspensión de pagos de una empresa liquidando bienes y reorganizando capital. En la bancarrota de una ciudad, los acreedores deben resignarse a perder una parte o toda su inversión mientras que se trata de que los empleados públicos y los jubilados sufran lo menos posible –aunque lo harán-. El trámite sobre si acepta o no la bancarrota puede durar de uno a ters meses. Pero pueden pasar años antes de que la ciudad renazca de nuevo, si algún día lo hace.
Considerada ‘el arsenal de la democracia’ por todos los vehículos y armas que se hacían en sus fábricas durante la guerra fría, la Ciudad del Motor –y cuna de la música del mismo nombre, cuyas sede cambio de domicilio social hace ya tiempo- ha sufrido lo que muchos otros centros urbanos del país, que han visto como sus ingresos fiscales fueron consumidos en la recesión de 2008. En Detroit, cada día era menor la base a la que imponer impuestos mientras que había que seguir manteniendo una ciudad inmensa, repleta de pensionistas necesitados de un sistema de salud a la altura de sus necesidades.
Desde mediados de los años cincuenta, unas sesenta ciudades, pueblos, condados y municipios se han acogido al Capítulo 9 de la Ley de Bancarrota de EE UU. Pero la deuda de Detroit es astronómica comparada con, por ejemplo, los casi 4.000 millones de dólares que el Condado de Jefferson (Alabama) declaró en 2011. Nueva York o Cleveland en los setenta o Filadelfia hace dos décadas estuvieron también al borde de la ruina pero finalmente salieron a flote sin necesidad del Capítulo 9.
Un círculo vicioso de pobreza –el 36% vive por debajo de ese umbral-, desesperación, violencia e implicaciones raciales se rompió el pasado jueves, aunque incluso la decisión de nombrar un administrador para que ejecute la bancarrota, Kevyn Orr, ha sido visto como un intento del congreso estatal en manos de blancos republicanos por intentar quedarse con el control de la ciudad, de base demócrata y con más de un 80% de la población de raza negra.
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