El 24 de marzo de 1980 monseñor Romero era asesinado en El Salvador por sus constantes denuncias sobre la matanza de campesinos por la dictadura de ese país.
José María Di Paola recibió la noticia con gran conmoción. Tenía sólo 18 años y estaba en el primer año del seminario. En las paredes de su habitación ya había indicios de la orientación que le daría a su trabajo: colgaba una foto del padre Carlos Mugica, el emblemático cura villero que cayó abatido por grupos paraestatales (luego Triple A) en 1974, con una versión del sermón de la montaña: Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Veintinueve años después, ya convertido en el padre Pepe, Di Paola podría haber corrido la misma (mala) suerte que sus dos referentes, cuando junto al Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia denunció una "despenalización de hecho" de las drogas y la actuación impune del narcotráfico en los barrios de emergencia de la ciudad de Buenos Aires.
Pepe se vio obligado a abandonar el intenso trabajo con los jóvenes de la villa 21-24, de Barracas, su lugar en el mundo, por una concreta amenaza de muerte de parte de una pandillas de narcos que se disputan ese territorio.
Entonces Di Paola cobró notoriedad mediática. Mucha gente se solidarizó con su situación y comenzó a descubrir la importancia de la obra que estaba desarrollando en el más grande de los asentamientos porteños, donde es respetado, querido, idolatrado. Fueron 13 años al frente de la parroquia de Caacupé: donde fue vecino, amigo, un tipo sencillo que con su bicicleta iba de punta a punta al servicio de quien necesitara un consejo, una bendición, una mano.
El barrio lo lloró cuando en diciembre de 2010 partió contra su voluntad y dos meses después llegó a Campo Gallo, una localidad de Santiago del Estero, en un pequeño exilio. Así lo llama: "pequeño exilio". Es que Pepe considera a la 21 su casa, el lugar adonde va a vivir de viejito.
José María Di Paola nació el 12 de mayo de 1962 en Burzaco. Es el mayor de los tres hijos de José y María, un médico y una ama de casa. Aunque no los aparenta, tiene 53 años, la mirada verde, cristalina y un desaliño que evoca austeridad, pero no dejadez. Lleva exactamente la mitad de su vida como sacerdote.
Creció en Caballito. Fanático de Huracán, pasaba las tardes jugando al fútbol en el Parque Centenario, donde hoy está la laguna artificial y antes había una canchita. "Era otro barrio, de casas bajas, ibas al almacén y te encontrabas con todo el mundo", recuerda. Cursó la primaria en el Colegio Benjamín Matienzo y dio examen para el secundario en dos escuelas: el Mariano Acosta y el Instituto Social Militar Dámaso Centeno. Un bochazo en el Acosta decretó su paso por el Centeno, en 1975. "De ahí salieron Charly García y Nito Mestre, ahí se formó Sui Géneris", se enorgullece. "Eso fue antes de que yo llegara, ellos son más viejos."
En esos años de violencia política, Pepe conoció al cura del colegio, Raúl el Pato Parrupato. Esa imagen de sacerdote cercano y comprometido con la juventud influyó mucho en su formación: "Quizá si hubiera sido un amargo, que no nos invitaba a ninguna actividad, ni se me hubiera ocurrido ser cura", arriesga hoy.
Parrupato acercó a Pepe al Seminario Mayor de Villa Devoto Inmaculada Concepción. "Hubo dos vertientes en mi vocación: trabajar con los jóvenes para ayudarlos a encontrar el sentido de la vida y la opción por los pobres, que surgió cuando estaba en el seminario."
Durante sus primeros años como sacerdote, Pepe fue palpando un fuerte proceso de descomposición social. Vivió los saqueos durante la hiperinflación de finales de los 80, la marginalización paulatina de las barriadas populares. El llamado a trabajar en las villas de emergencia era cada vez más fuerte. A finales de 1996, estaba en Mataderos, en la parroquia de San Pantaleón y cumplía algunas tareas solidarias en Ciudad Oculta.
Cuando se enteró de que el cura de la villa de Barracas dejaba vacante la parroquia de Caacupé, no lo dudó: "Me gustó el desafío porque ser párroco implicaba estar por mucho tiempo, hacer un trabajo a largo plazo. Me decían que la realidad en la 21 era complicada, muy dura, de mucha violencia. Entonces vi definitivamente unidas mis dos vocaciones: los jóvenes y los pobres".
Así arranca una historia cargada de mensaje, de amor al prójimo, sin vacilaciones: "El compromiso con los más pobres también es una forma de aprendizaje. Nosotros siempre vimos al pobre no sólo como alguien a quien debemos ayudar, sino del cual tenemos que aprender. Ésa es la diferencia. El pobre tiene mucho para enseñarnos. El que ayuda también crece espiritualmente".
Apenas desembarcó, Pepe encontró a la 21 dividida por pandillas que aún no se peleaban por la distribución de la droga, sino por simples rencores personales, cuestiones irresueltas entre sus habitantes. A la villa le pesaba el mote de la más violenta de la ciudad y su gente estaba desesperanzada. Él propuso ir al "fondo de la cuestión, a la fe, a la cultura" y organizó un viaje a Paraguay para traer una réplica de la Virgen de Caacupé.
El 23 de agosto de 1997 un colectivo con la réplica de la imagen llegó al barrio: miles de personas la esperaban en Iriarte y Luna, la entrada de la 21, una especie de vértice imaginario entre dos realidades que chocan violentamente. "Fue un antes y un después, una fiesta popular que se recuerda y se sigue celebrando como el día del cambio, y que coincidió con los diez años de la conversión en parroquia de lo que era una capilla", recuerda.
Por esta clase de acciones, el padre Pepe se ganó el corazón de sus pares en el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia. El padre Lorenzo Toto de Vedia lo reemplazó como párroco de la Caacupé desde su partida hacia Santiago del Estero: "Desde que organizó ese viaje a Paraguay hubo una expansión solidaria y misionera impresionante", dice quien conoció a Pepe durante el seminario y trabajó con él muchos años, también en la villa 21, donde nada se detuvo con su ida. "Al contrario, el proyecto que inició sigue creciendo y esto se debe a su intuición pastoral", remarca, y no duda en calificarlo como "el hombre que supo actualizar el espíritu de Mugica a los desafíos y realidades de este nuevo milenio".
Hace dos años, desde el 2013 está en San Martín (regreso de Santiago del Estero) y ya inauguró más de cinco capillas que piensa como centros de prevención. Cuando llegó eran pocos los que lo conocían. Un mes después, Jorge Bergoglio fue elegido Papa.
Vive en el medio de la villa, en una pequeña pieza arriba de una capilla nueva. Para él, las villas bonaerenses son "invisibles".
REPORTAJE AL PADRE PEPE DI PAOLA
Argentina: Padre José María di Paola habla del Papa
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