Francisco es el “papa de barrio”. Así lo llaman sus vecinos de Flores, un barrio de Buenos Aires de muchas casas bajas donde siempre han vivido familias de clase media. Una de ellas era la de los Bergoglio, inmigrantes italianos y padres de Jorge Mario, el nuevo papa. El padre fue primero empleado ferroviario y después operario textil. La madre, ama de casa. Los cuatro hijos, incluido el ya exarzobispo de Buenos Aires, vivían en una modesta casa de un piso con un patio con parrilla, un limonero y un árbol de toronjas en el número 531 de la calle Membrillar.
En la misma manzana residía una de las dos novias que se sabe que tuvo en su adolescencia. “Nosotros jugábamos en la vereda”, cuenta Amalia Damonte, de 76 años. “Más que jugaban”, la apura su consuegro. Entonces Amalia relata que cuando Bergoglio tenía 12 o 13 años le dio una carta en la que le proponía casarse, le prometía que iba a conseguirle una casa y le advertía que si ella no aceptaba, él se iba a meter a cura. Pero los padres de Amalia descubrieron la carta. Su madre la destruyó y su padre le dio una “paliza” a la joven. Amalia tomó distancia de Jorge. “Va a ser un gran papa. Él tenía una buena familia, eran limpios, lindos, su madre era la Virgen María”, cuenta la vecina.
“El nuevo papa es porteño y de Flores”, reivindicaba este jueves el padre Claudio Conforti en una misa en la basílica de San José de Flores. En uno de los confesionarios de esa iglesia un Bergoglio de 17 años encontró su vocación sacerdotal a partir de las palabras que escuchó de un cura. En ese entonces tenía una “noviecita” a la que dejó, según él ha contado, pero solo cuatro años más tarde entró al seminario. Los vecinos recuerdan que él era muy estudioso y que dejó de jugar al fútbol en las plazas cuando comenzó su formación sacerdotal. Eso sí, aquel hincha y socio del San Lorenzo, uno de los cinco clubes más populares de Argentina, siempre los saludaba al pasar.
El ahora Francisco cursó la secundaria en la escuela técnica número 27, que confiere el título de técnico químico. Se graduó allí en 1955, el mismo año en que Juan Domingo Perón fue derrocado por un golpe de Estado. El rector actual, Néstor Piana, y un asesor, Antonio Ratti, conocen algunas anécdotas que se les fueron contando sobre el joven Jorge. Entonces la escuela no permitía llevar insignias políticas en la vestimenta, pero Bergoglio se apareció con el escudo del Partido Justicialista (PJ, peronista). El secretario del colegio le llamó la atención, pero dos o tres días después Jorge insistió con el símbolo del PJ y acabó recibiendo una sanción. Además de peronista, ya era evangelizador y algunos de sus compañeros cuentan que a dos de ellos “les hinchó las bolas” para que tomaran la primera comunión hasta que finalmente lo hicieron.
Años más tarde, la esposa de aquel secretario del colegio le contó preocupada al arzobispo de Buenos Aires: “Mi hijo se ha alejado de la Iglesia”. “¿Es una buena persona?”, le preguntó el purpurado. “Eso es lo que vale”, añadió este vecino de Flores devenido papa que siempre ha intentado pasar desapercibido, según sus coterráneos.
Pero el arzobispo también se hizo querer en los barrios de chabolas de Buenos Aires. Después de caminar por varios pasillos entre casas de ladrillos sin revoque y de atravesar un potrero (precario campo de fútbol de tierra) se llega a la pequeña vivienda de Darío, obrero de 43 años y habitante de la Villa 20-21. “Acá estuvo Bergoglio. Él entró a bendecir”, cuenta Darío, que compartió asados y peregrinaciones por las calles de la villa junto con el papa. La mayoría de las familias del barrio tiene colgadas en sus paredes fotos de Bergoglio bautizando o confirmando a sus hijos. “Es un chabón (tío) que va a trabajar mucho con los pobres. La Iglesia mundial va a cambiar un montón. Es muy humilde, carismático, le llega a la gente”, opina Darío. Su mujer, Juana, paraguaya de 43 años, recuerda que muchas veces cogía el autobús junto con “el Bergoglio”. “Hola, negra, ¿qué hacés?”, le decía cariñosamente el cardenal, que atravesaba solo las inseguras calles del barrio para ir de la capilla a la parada.
Como arzobispo de Buenos Aires reforzó el equipo de curas villeros. El padre Juan Isasmendi, de 32 años, es uno de los cuatro que viven en Villa 20-21 y describe al papa como discreto pero cercano con ellos y los feligreses. “Tiene una enorme captación de la religiosidad popular y no se quedaba en la discusión barata de si alguien podía o no comulgar”, cuenta Juan. Una vez, los jóvenes de la capilla le hicieron una entrevista. Una chica le preguntó con gracia: “¿Para ser monja hay que ser virgen?”. “No, no hace falta”, le contestó sin ruborizarse Bergoglio.
La hermana del Papa, Maria Elena Bergoglio (derecha) con vecinos
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