El 01 de marzo de 1999 fallecio en Lima el Dr. Carlos R. Lanfranco La Hoz, el maestro más representativo que ha tenido la Facultad de Medicina de San Fernando de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en los últimos cuarenta años. Fue médico y maestro universitario, hombre de ciencia, extraordinario semiólogo, gran clínico, pero sobre todo docente por naturaleza. Gremialista cuando los acontecimientos lo requerían, con gran sensibilidad por el dolor humano y ejemplo de muchas generaciones de médicos.
Nació en Chucuito, Callao, un 28 de Mayo de 1917, hijo primogénito del matrimonio de Carlos Alberto Lanfranco Bernales y la señora Regina La Hoz Pastrana. Transcurrió su vida muy cerca del Mar de Grau, en Chucuito, en una casa ubicada en la calle Gamarra N° 313. Realizó su etapa escolar inicial en el Colegio San José de Clunny y continuó luego sus estudios en el colegio de los Hermanos Maristas. Muy inquieto en su infancia, solía jugar al fútbol en el puesto de defensa central, pero su gran pasión por la natación lo llevó a integrar un equipo de water polo, logrando representar al Perú en competencias internacionales. Practicó esta disciplina deportiva hasta pocos años antes de su fallecimiento.
Poco antes de finalizar la secundaria inicia su vocación de docente, pues comienza a enseñar el curso de Ciencias Naturales, Fisiología e Higiene, Química Orgánica e Inorgánica, en el Gran Colegio Nacional Dos de Mayo del Callao.
Debido a los problemas políticos surgidos en la época del gobierno del Presidente Augusto B. Leguía, fue clausurada la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, lo que obligó al maestro a viajar a Santiago de Chile, obteniendo un año después el bachillerato en Filosofía con mención en Biología y Química.
En 1934, reabierta la Universidad de San Marcos, regresó al país haciendo Pre-Médicas en el año 1936. Pero al producirse un nuevo receso de la Universidad, se vio obligado a regresar a Chile, donde ingresó a la Universidad de Concepción. En 1940 retornó al Perú y reingresó a la Facultad de San Fernando al 5to. año de medicina. Meses después, por sus condiciones innatas para la docencia, ingresó como ayudante ad honorem a la cátedra de "Clínica Médica, Nosografía y Terapéutica" que dirigía el profesor Sergio E. Bernales Sánchez.
En 1942 realizó el internado médico en el Hospital Dos de Mayo, optando en 1943, el grado académico de Bachiller en Medicina con la tesis "Infecciones focales y glomerulonefritis difusa, posibles exacerbaciones de ésta por la amigdalectomía".
En 1943, fue promovido como ayudante rentado y en 1944 nombrado Jefe de Clínicas y simultáneamente ingresó a la cátedra de "Enfermedades Tropicales Infecciosas y Parasitarias", que dirigía el Dr. Oswaldo Hercelles García.
En 1948, es nombrado Profesor Auxiliar; en 1961 Profesor Asociado y en 1962 promovido a la condición de Profesor Principal por concurso internacional.
A partir de ese año, el profesor Lanfranco comenzó su tarea de apostolado en la enseñanza médica. Llegaba al hospital antes de las ocho de la mañana y se retiraba a las cinco de la tarde, entregándose a sus alumnos con cariño y amor en su gran afán de lograr la formación integral del estudiante de medicina, brindándole la perfecta imagen del paradigma médico.
En 1961 fue miembro de la Junta Transitoria de Administración de la Facultad de Medicina.
Fue miembro del Consejo de Facultad, del Consejo Universitario y de la Asamblea Universitaria, en varias oportunidades. Miembro del 1er. Seminario Viajero de Decanos; Delegado ante la Unión Latinoamericana de Facultades de Medicina. También fue miembro fundador del Instituto de Investigaciones Clínicas, demostrando profunda preocupación por que la investigación científica sea una tarea fundamental en la génesis del conocimiento. En el año 1968 fue elegido Decano de la Facultad de Medicina, y renunció al cargo en 1969 por no estar de acuerdo con el nuevo sistema de departamentalización. En 1970 fue elegido por unanimidad Jefe del Departamento de Medicina.
En 1989 fue designado Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Nació en Chucuito, Callao, un 28 de Mayo de 1917, hijo primogénito del matrimonio de Carlos Alberto Lanfranco Bernales y la señora Regina La Hoz Pastrana. Transcurrió su vida muy cerca del Mar de Grau, en Chucuito, en una casa ubicada en la calle Gamarra N° 313. Realizó su etapa escolar inicial en el Colegio San José de Clunny y continuó luego sus estudios en el colegio de los Hermanos Maristas. Muy inquieto en su infancia, solía jugar al fútbol en el puesto de defensa central, pero su gran pasión por la natación lo llevó a integrar un equipo de water polo, logrando representar al Perú en competencias internacionales. Practicó esta disciplina deportiva hasta pocos años antes de su fallecimiento.
Poco antes de finalizar la secundaria inicia su vocación de docente, pues comienza a enseñar el curso de Ciencias Naturales, Fisiología e Higiene, Química Orgánica e Inorgánica, en el Gran Colegio Nacional Dos de Mayo del Callao.
Debido a los problemas políticos surgidos en la época del gobierno del Presidente Augusto B. Leguía, fue clausurada la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, lo que obligó al maestro a viajar a Santiago de Chile, obteniendo un año después el bachillerato en Filosofía con mención en Biología y Química.
En 1934, reabierta la Universidad de San Marcos, regresó al país haciendo Pre-Médicas en el año 1936. Pero al producirse un nuevo receso de la Universidad, se vio obligado a regresar a Chile, donde ingresó a la Universidad de Concepción. En 1940 retornó al Perú y reingresó a la Facultad de San Fernando al 5to. año de medicina. Meses después, por sus condiciones innatas para la docencia, ingresó como ayudante ad honorem a la cátedra de "Clínica Médica, Nosografía y Terapéutica" que dirigía el profesor Sergio E. Bernales Sánchez.
En 1942 realizó el internado médico en el Hospital Dos de Mayo, optando en 1943, el grado académico de Bachiller en Medicina con la tesis "Infecciones focales y glomerulonefritis difusa, posibles exacerbaciones de ésta por la amigdalectomía".
En 1943, fue promovido como ayudante rentado y en 1944 nombrado Jefe de Clínicas y simultáneamente ingresó a la cátedra de "Enfermedades Tropicales Infecciosas y Parasitarias", que dirigía el Dr. Oswaldo Hercelles García.
En 1948, es nombrado Profesor Auxiliar; en 1961 Profesor Asociado y en 1962 promovido a la condición de Profesor Principal por concurso internacional.
A partir de ese año, el profesor Lanfranco comenzó su tarea de apostolado en la enseñanza médica. Llegaba al hospital antes de las ocho de la mañana y se retiraba a las cinco de la tarde, entregándose a sus alumnos con cariño y amor en su gran afán de lograr la formación integral del estudiante de medicina, brindándole la perfecta imagen del paradigma médico.
En 1961 fue miembro de la Junta Transitoria de Administración de la Facultad de Medicina.
Fue miembro del Consejo de Facultad, del Consejo Universitario y de la Asamblea Universitaria, en varias oportunidades. Miembro del 1er. Seminario Viajero de Decanos; Delegado ante la Unión Latinoamericana de Facultades de Medicina. También fue miembro fundador del Instituto de Investigaciones Clínicas, demostrando profunda preocupación por que la investigación científica sea una tarea fundamental en la génesis del conocimiento. En el año 1968 fue elegido Decano de la Facultad de Medicina, y renunció al cargo en 1969 por no estar de acuerdo con el nuevo sistema de departamentalización. En 1970 fue elegido por unanimidad Jefe del Departamento de Medicina.
En 1989 fue designado Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Carlos Lanfranco La Hoz: El Final de una Época
y el Inicio de una Esperanza
JUAN MURILLO, GUSTAVO FRANCO, WALTER MENDOZA y OSWALDO SALAVERRY
Cátedra de Historia de la Medicina, Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública,
Facultad de Medicina, UNMSM
RESUMEN
El presente ensayo analiza el papel del Maestro Carlos Lanfranco La Hoz en la construcción
del imaginario cultural en nuestra Facultad. Se analiza su destacada actuación en diversos
escenarios de nuestra historia institucional. Se plantea que Lanfranco es la expresión de una
nueva cultura médica sanfernandina, constituyéndose en un referente necesario para una
comunidad en proceso de reconstrucción y búsqueda de identidad. Se resalta que los valores
que guiaron la brillante trayectoria de Lanfranco en la Facultad de Medicina, la tolerancia,
excelencia académica, su vocación humanista, trabajo docente y su afán de construir una
comunidad universitaria, constituyen un marco de consenso para la colectividad sanfernandina,
la cual representa una fuerza vital potencial que puede ser canalizada para fortalecer nuestro
desarrollo institucional. Se propone que en la medida que la Facultad se constituya en una
comunidad (Universitas) con capacidad de realizar los valores que hicieron de Carlos Lanfranco
La Hoz el referente institucional sanfernandino más importante de la segunda mitad del siglo,
se hará realidad una nueva cultura médica que incorpore lo mejor de nuestra tradición científica
y universitaria a una nueva base de cultura institucional para ubicarnos en mejores
condiciones de desarrollo ante el siglo XXI.
INTRODUCCIÓN
Es indudable que con la reciente desaparición física
del Dr. Carlos Lanfranco La Hoz concluye un ciclo en
la historia médica de este siglo. Sin embargo, este hecho
va mas allá de la simple desaparición de uno de
nuestros más ilustres maestros de las últimas décadas.
Es un proceso sumamente complejo que nos permite
entender las profundas transformaciones que ha sufrido
la enseñanza de la medicina como expresión de una
práctica y cultura médica, así como los cambios en la
construcción de la institucionalidad sanfernandina. El
siguiente ensayo es una aproximación inicial al análisis
de los procesos que posibilitaron el papel desarrollado
por el Dr. Lanfranco dentro del colectivo médico,
y del aporte de su labor docente en la construcción de
una nueva cultura médica sanfernandina.
EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LA LABOR
DOCENTE DEL DR. LANFRANCO
La Facultad de Medicina en la década de los ‘50
Existe una percepción equivocada de lo que vendría
a ser la denominada “Época de Oro” de la Facultad
de Medicina, comprendida entre los años 1927-1957
(1). Si bien es cierto que en ninguna otra época de la
historia de la medicina peruana lograron confluir en
una sola institución universitaria científicos e intelectuales
de la talla de Weiss, Paz Soldán, Delgado, Monge,
Pesce, Hurtado, Trelles, Gutiérrez Noriega, Lastres,
Palma, etc. (2) en realidad sólo tenemos una visión
distorsionada de una facultad fragmentada en diversas
cátedras que eran compartimentos estancos independientes
entre sí. Ello permitía que a la par de estos brillantes
profesores existiesen otros profundamente mediocres
(3). Lo cual era la expresión de un amplio espectro
de propuestas de enseñanza y práctica de la medicina
que coexistieron entre sí, articuladas en torno a
un sistema cuasi feudal de cátedras donde la voluntad
omnipotente del profesor jefe de cátedra, a semejanza
del “patrón” de los hospitales universitarios franceses,
determinaba el más mínimo detalle de la vida académica
de su cátedra.
Sergio Bernales y el curso de Clínica Médica
Así como en la Facultad de Medicina existieron cátedras
que se convirtieron en espacios de gran desarrollo
intelectual y científico que expresaban determinadas
formas de cultura medica y práctica universitaria, existieron
espacios donde se desarrollaron formas particulares
de práctica del ejercicio de la medicina y la docencia
universitaria. Uno de estos espacios fue la cátedra de
Clínica Médica I dirigida por el Dr. Sergio Bernales.
La cátedra de Clínica Médica I englobaba la primera
etapa del aprestamiento clínico de los estudiantes y
se desarrollaba en el Hospital Dos de Mayo. En este
hospital, de gran significado desde la epopeya de
Carrión, la enseñanza de la medicina tuvo un gran desarrollo
en las primeras décadas del siglo, siendo el
núcleo de las cátedras más prestigiosas de la Facultad.
Julián Arce, Oswaldo Hercelles y otros distinguidos
docentes sanmarquinos tuvieron dicho hospital como
sede de sus actividades, en donde la enseñanza de la
clínica tuvo una especial preeminencia.
Sin embargo, hubo una etapa en que la Cátedra de
Clínica Médica I comenzó a cobrar una cada vez mayor
importancia en la Facultad: cuando asume la conducción
de la misma el Profesor Sergio Bernales. Este
profesor provenía de una familia emergente, a diferencia
de otros segmentos docentes de la Facultad, y en él
se daba un sincretismo muy peculiar a diferencia de
otras personalidades de la Facultad socialmente emergentes
como Monge, que rápidamente se adaptaron a
otros referentes culturales. Por un lado, Bernales, “el
negro”, como cariñosamente le llamaban sus alumnos,
tenía una tremenda capacidad de trabajo y un elevado
nivel de exigencia en el cumplimiento de las metas trazadas,
característica típica de los grupos sociales emergentes,
y por otro lado una vena criolla y un carácter
explosivo, el cual utilizaba para movilizar a estudiantes
y profesores al cumplimiento de los objetivos académicos.
Ello se articulaba con una práctica de la enseñanza
y de la medicina, donde el paciente era el libro
y la cama del hospital el espacio natural de descubrimiento
y construcción del conocimiento. El paradigma
clínico francés, que exigía una sistemática diagnóstica
aparejada a una destreza en la identificación y análisis
del signo o del síntoma, era el eje de la enseñanza impulsada
por el maestro Bernales. Actividades de enseñanza
cuidadosamente diseñadas que giraban en torno
a una sola nosografía, lo suficientemente amplia como
para que el alumno tuviera posibilidad de analizar todos
los grupos de signos y síntomas, y experiencias de
aprendizaje que intercalaban el trabajo de aprestamiento
técnico con implacables discusiones clínicas, eran el
núcleo de su propuesta. De otro lado, esta arquitectura
de experiencias de aprendizaje era lo suficientemente
flexible para la introducción de innovaciones, algunas
de ellas revolucionarias y trasgresoras para la época
como la introducción del capítulo de Semiología
Psicosomática, dictado por Carlos Alberto Seguín, de
gran aceptación en el alumnado de la época.
Para hacer viable la transferencia de este modelo de
enseñanza que requería de gran disciplina y aplicación
para el logro de los objetivos de la instrucción, Don
Sergio recurría a la fuerza de su carácter, sazonado de
numerosas interjecciones flagelantes, de indudable origen
popular, las cuales han pasado a formar parte de
nuestra cultura médica (como denominar “vendedores
de sebo de culebra” a alumnos y docentes con endebles
argumentos conceptuales, o aquella lapidante “no pierda
la oportunidad de quedarse callado”, expresión con
que atormentaba a sus alumnos más timoratos). Los
Conversatorios Clínico-Patológicos eran espacios de
movilización colectiva de adrenalina para profesores y
alumnos, ante la posibilidad de ser sometidos al escarnio
público del Maestro y pasar a su famosa libreta de
anotaciones.
A pesar de la rigidez de sus métodos y lo sui generis
de sus expresiones, el Dr. Bernales alcanzó un gran consenso
en la Facultad por lo que representaba su trabajo
docente, en términos de la forma cómo promovía un
nivel de excelencia académica, dado que además del
esfuerzo exigido al alumno, éste era correspondido por
un nivel de exigencia y compromiso por parte de la
Cátedra, la cual respondía al liderazgo del Dr. Bernales,
marchando también al son de sus puyas e interjecciones
flagelantes cuando era necesario. En ese sentido,
el Dr. Bernales no tenía un discurso ideológico para
justificar la exigencia y excelencia que pretendía de
alumnos y docentes, simplemente, así tenía que ser.
Carlos Lanfranco como Maestro Universitario
Es imposible entender el papel del maestro
Lanfranco sin tener como referencia la estructura de
los cursos de Clínica Médica y la personalidad del ilustre
maestro sanmarquino Don Sergio Bernales.
Lanfranco se introduce a la Cátedra bajo su férula y
forma parte de su plana docente siguiendo todos los
peldaños de la carrera universitaria, incluyendo su paso
por las horcas caudinas de las interjecciones de Don
Sergio. Ello moldearía su carácter a semejanza de su
maestro, siendo sin duda Carlos Lanfranco una notable
continuación de la propuesta académica y del estilo de
magisterio del Maestro Bernales.
Lanfranco hereda la posta de Don Sergio Bernales;
sin embargo, fue mucho más allá que su maestro y
mentor. Por un lado, Lanfranco poseía cualidades personales
y humanísticas mucho más amplias que le
permitieron desarrollar un tipo de relación mucho más
cálida en lo afectivo y sólida en lo ético-moral con
sus educandos, y de otro lado, su propuesta de enseñanza
era mucho más estructurada en términos de experiencias
de aprendizaje, lo que permitió su persistencia
en el tiempo. En el campo docente, Lanfranco
identifica conjuntos de habilidades y destrezas necesarias
para la transferencia de los conocimientos
semiológicos y clínicos, y las sistematiza convirtiéndolas
en experiencias de aprendizaje, las cuales eran
la columna vertebral de las actividades lectivas. Para
Lanfranco era indispensable que el alumno se preparara
para la vida de hospital, lo que implicaba que
las primeras experiencias de aprendizaje estuvieran
orientadas a que se familiarizara con el funcionamiento
de los servicios, incluyendo actividades básicas
de cuidado del paciente como, por ejemplo, preparar
una cama.
La gran cohesión que logró en su grupo de colaboradores
y un sistema de constante supervisión y
monitoreo de la práctica docente al pie de la cama del
enfermo, permitió alcanzar niveles de elevada eficacia
educativa. De otro lado, Lanfranco siempre mantuvo
un nivel de docencia altamente individualizada, que
mantuvo a pesar de los procesos de masificación de la
enseñanza. Lograba identificar habilidades, destrezas
y limitaciones en cada uno de sus alumnos y se dedicaba
a desarrollar el programa más adecuado para cada
educando. A los más capaces los estimulaba para profundizar
sus habilidades y alcanzar nuevos logros, concentrándose
en los alumnos con mayores dificultades,
dedicándoles mayor atención y apoyándolos para alcanzar
los objetivos propuestos de instrucción.
Lanfranco manejaba, de una manera sumamente
intuitiva, enfoques de enseñanza que actualmente se
reconocen como avanzados, sumados a una aproximación
clásica al objeto de estudio clínico, donde desde
el inicio inculcaba a los alumnos la observación como
elemento importante en la exploración clínica. La capacidad
de sorprendernos frente a la maravilla y complejidad
del cuerpo humano, la emoción estética que
nos transmitía el Maestro frente al signo o síntoma era
el motor para profundizar el conocimiento y avanzar a
sistematizaciones más complejas. Así, en las salas del
Hospital Dos de Mayo, el tiempo era una dimensión
innecesaria, inmóvil, frente a nuestra búsqueda y construcción
del conocimiento, que al lado del maestro
Lanfranco se convertía en una iniciación.
Dentro de los modelos de la clínica francesa con una
fuerte influencia hipocrática, Lanfranco hizo énfasis en
la anamnesis como un elemento central no sólo para
obtener información relevante para el diagnóstico, sino
para estructurar una relación médico-paciente en la cual
el respeto a la condición del paciente era piedra angular
del trabajo de aprendizaje. De otro lado la importancia
que le daba al juicio clínico, en ver al paciente como
una unidad, constituía el núcleo de una forma de aproximarse
al fenómeno de la enfermedad, muy diferente al
reduccionismo actual de los algoritmos y árboles de decisión.
Si bien Lanfranco, fue sumamente permeable para
la introducción de contenidos relacionados con nuevos
tópicos y tecnologías médicas, hizo mucho énfasis en la
unidad de un abordaje sistémico del proceso de diagnóstico,
como base del aprendizaje del futuro médico,
incluso en una época donde ya se comenzaban a introducir,
de manera acrítica, como siempre, nuevas aproximaciones
y abordajes al pensamiento clínico.
El esquema del Maestro, sí bien fue clásico en su
forma de ver y prácticar la medicina, nunca fue rígido.
Propiciaba sistemáticamente las actividades
extracurriculares, como la famosa ronda de los domingos,
donde el Maestro pasaba visita con sus alumnos
por los casos más interesantes del Hospital. Si la fortuna
estaba con uno, podía tener la suerte de examinar, al
lado del Maestro, un caso de Verruga Peruana y no sólo
conocer su erudición casi Borgeana, sino entrenarse en
descubrir signos y síntomas insospechados, siendo parte
de una larga cadena de transmisión del conocimiento.
Esa percepción de ser una continuidad de generaciones
de médicos era algo que hacía trascender cada una de
las experiencias de aprendizaje que nos proponía.
Posteriormente discutiremos el papel del Maestro
Lanfranco como parte de la memoria institucional de
la Facultad. Sin embargo, un hecho de gran importancia
es la noción de unidad de historia y doctrina que
era característica de su propuesta de enseñanza. En cada
momento nos hacía descubrir, en cada clase, en cada
conversatorio clínico, que lo que discutíamos era la
continuación de un proceso de descubrimiento y construcción
colectiva de generaciones de sanfernandinos.
Así aparecían ante nosotros, a cada momento, figuras
como Odriozola, Julián Arce, Valdizán, Hercelles,
Bernales, cuyo aporte y legado íbamos descubriendo
en lo cotidiano, a través del testimonio del Maestro.
Ello le daba una trascendencia tremenda incluso a anécdotas
u observaciones puntuales, que eran la vía de en-
trada por la cual Lanfranco conseguía enlazar el pasado
con la construcción del futuro.
Toda esta propuesta de enseñanza estaba enmarcada
en un ambiente de familiaridad en la cual el Maestro
Lanfranco era el padre y mentor de profesores y alumnos.
Lanfranco llamaba a cada uno de sus alumnos por
sus nombres y apellidos completos según la ocasión lo
demandase. Estaba atento a que cada alumno estuviera
en su lugar y tiempo correspondiente. Tenía una especial
sensibilidad para detectar los problemas personales
de profesores y alumnos, y su oficina era el espacio
para un cálido consejo o una severa reprimenda, cuando
no una ayuda solidaria a un alumno con problemas
económicos o de salud. Al término de las labores lectivas,
pasaba sus rondas por el Parque de la Medicina,
interrumpiendo el himeneo romántico de las parejas de
estudiantes, para enviarlos a sus casas a preparar el
conversatorio o la discusión clínica del día siguiente.
Cuando la zona adyacente del Hospital se hizo ostensiblemente
insegura, se preocupaba que los estudiantes
salieran con bien de la zona, y si alguna de las alumnas
tenía que quedarse hasta tarde para estudiar un paciente,
se cercioraba que pudiera salir con la seguridad correspondiente,
gracias a la designación de “voluntarios”
que al día siguiente tenían que rendirle cuentas de la
seguridad de sus condiscípulas.
En ese sentido su cátedra era una familia, un espacio
de construcción de institucionalidad y de cultura médica.
En ese sentido, Lanfranco logra culminar el proceso
de “acriollamiento” de la imagen del “patrón” francés
iniciado con Bernales, y lo hace compatible a nuestra
cultura, articulando una imagen más cercana, paternal y
accesible a los alumnos, y más democrática en términos
de acceso al conocimiento. Las condiciones de crisis y
descomposición institucional progresiva entre las décadas
de los '60 y '80 hicieron que su cátedra fuera uno de
los refugios donde se mantuvo la llama de una
institucionalidad sanfernandina al margen de los problemas
y conflictos político-sociales que agobiaban a la
Facultad, y era el referente informal de la cultura y colectivo
de la Facultad. Allí aparece una cualidad de
Lanfranco que es un aporte de tremenda trascendencia
en la construcción de una nueva cultura institucional:
La tolerancia. En un momento de pasiones y conflictos
enconados que se prolongaron por décadas, Lanfranco, a
pesar de todo, siempre respetó las ideas y posiciones políticas
de profesores y alumnos. En épocas en que dirigentes
estudiantiles no eran recibidos en algunos servicios
por conflictos políticos, Lanfranco los acogía y les
daba cabida. Siempre respetó las instancias estudiantiles
y jamás se opuso a una asamblea o reunión estudiantil,
siempre y cuando no perjudicara el desarrollo de las actividades
lectivas. Sin embargo, era inflexible en exigir que
los dirigentes estudiantiles se dedicaran a las actividades
lectivas con la misma pasión que se dedicaban a la política.
Por ello es sumamente destacable el consenso que tuvo
Lanfranco como profesor, a pesar de los escenarios políticos
tan difíciles que enfrentó la Facultad.
El ingreso de la década del ochenta significó para la
universidad estatal la profundización de un período de
descomposición y crisis, que no tardó en llegar a las sedes
docentes de los hospitales, donde la carencia total
de recursos para la enseñanza se sumaba una crisis progresiva
de las condiciones de funcionamiento de los servicios
de salud. En ese escenario, Lanfranco, en los años
finales de su carrera docente, pudo adoptar el fácil expediente
de un retiro glorioso. Pero como fué una constante
en su vida, optó por quedarse y enfrentar los momentos
difíciles. Todavía recordamos la pobreza de su
oficina en el Hospital, en medio de un escritorio y muebles
desvencijados, dirigiendo las labores lectivas. Jamás
se quejó de la pobreza de los medios que la Universidad
le ofrecía. Concertaba con los delegados estudiantiles
la necesidad de convenir acciones para poder tener
los materiales mínimos para la enseñanza, y así aparecían
las famosas “chanchas” colectas que permitían comprar
papel para los syllabi y separatas, tener fondos para
recuperar algunos ambientes o comprar el foco para el
viejo proyector de diapositivas, que funcionaba a golpes
y que era el único de la sede hospitalaria. Durante esas
épocas duras, Lanfranco utilizó su tremenda autoridad y
prestigio para sacar docentes de las piedras, comprometiendo
a residentes y asistentes ex-alumnos suyos a apoyar
las acciones de la universidad. Lanfranco se multiplicaba
y compensaba las limitaciones con su máximo
esfuerzo. En esa última etapa en la Universidad estuvo
secundado por un grupo de distinguidos docentes
sanfernandinos, quienes apoyaron esforzadamente al
Maestro en aquellos años duros y con los cuales la Facultad
tiene una deuda de gratitud.
En esas épocas confusas, de múltiples cambios de
contenidos y programaciones lectivas, se mantenía firme
en su propuesta, no por conservador ni recalcitrante,
sino porque sabía de las marchas, contramarchas y “experimentos”
curriculares efímeros que fueron abundantes
en los setentas y ochentas, por lo que apostaba a trans-
ferir una base sólida de formación que le permitiera al
alumno adaptarse a un entorno lectivo futuro inestable e
incierto. Todo esto nos muestra a Lanfranco como expresión
de la reserva moral docente, en medio de un escenario
de crisis generalizada (no sólo económica, sino
también política) de desaliento institucional, que junto a
otras cátedras, mantuvieron las actividades lectivas en
un medio muy difícil. Lanfranco en la década del ochenta
hizo posible para sus alumnos el desarrollo de actividades
de un gran nivel académico. En medio de un contexto
extremadamente difícil, de escasos recursos materiales,
violencia social y política, logró para quienes tuvieron
la suerte y el honor de ser sus alumnos en medio
de ese escenario de caos y pobreza material, convertir
esas duras condiciones de estudio en años gloriosos.
La crisis del ‘61
La crisis de 1961 fue, como todos sabemos, una ruptura
traumática cuyo análisis sistemático todavía está
pendiente. Paz Soldán, todavía en vida, comparaba la
retirada de los docentes opositores a la representación
estudiantil como un filicidio. Las pasiones que despertó
el conflicto fueron enconadas, porque éste no se redujo
a la retirada masiva de docentes de la Facultad. Estamos
hablando de un escenario donde el Decano era a la vez
Jefe de Departamento, Presidente de la Academia Nacional
de Medicina y Presidente de la Beneficencia Pública
de Lima. El conflicto rápidamente se extendió a
otras esferas bajo el control de los catedráticos
renunciantes, quienes tomaron toda clase de represalias
en todos los niveles contra los profesores que continuaban
en la Facultad. En ese escenario, tomar la decisión
de quedarse, independientemente de las consignas o coyunturas
políticas, requería de un coraje tremendo. Es
así como Lanfranco, siguiendo lo que fue una constante
en su vida, decide compartir el destino de su alma mater.
En ese escenario, Lanfranco apeló al máximo esfuerzo
de los docentes que se quedaron: Si bien progresivamente
se integraron a la Facultad “profesores
de distinta extracción, de diversos prestigios y
desprestigios, de diferentes estilos y cataduras” (Silva),
Lanfranco logró con el escaso número de profesores
disponibles normalizar las labores académicas en
la Cátedra de Medicina en un tiempo récord, lo cual
fue toda una hazaña para una facultad que estuvo a punto
de desaparecer, aunque para ello el reducido núcleo
de docentes tuviera que dictar hasta cinco asignaturas
diferentes a la vez. En corto período, el Maestro hizo
gala de su liderazgo, capacidad de persuasión y consenso.
En un ambiente caldeado por los conflictos,
Lanfranco jamás lanzó una diatriba contra los que se
fueron, a pesar de los insultos y censuras provenientes
de la otra orilla, extendiendo puentes para que puedan
regresar como hijos pródigos los profesores que lo deseasen,
como ocurrió en más de una oportunidad.
En esta nueva etapa, era inevitable que un profesor
de su prestigio asumiera en algún momento la conducción
de la Facultad. Es así que en 1968 asume el decanato
de la Facultad, en un escenario de conflictos políticos
enconados en torno a la gestión de Luis Alberto
Sánchez como Rector de la Universidad. La suya fue
una gestión que enfrentó la oposición de algunos docentes
del Consejo y que pronto entró en conflicto con un
tercio estudiantil en franco proceso de efervescencia
política. Lanfranco no entendía la dinámica de alianzas
y conflictos políticos que marcaban la política de la gestión
universitaria, y trató de implementar una gestión al
margen de dicho escenario, con la claridad y firmeza de
convicciones que lo caracterizaba. Pronto se rodeó de
una aureola de “autoritarismo” entre las dirigencias estudiantiles,
las cuales promovieron una huelga en la Facultad,
la cual generó en un momento un grave trastorno
de las actividades lectivas que estuvo enmarcada dentro
de la lucha general contra Sánchez. En ese contexto, la
dinámica de los conflictos pudo más que las buenas intenciones
y Lanfranco antes de ingresar a los páramos
de la política universitaria, planteó, en una actitud que
lo enaltece y muestra lo elevado de su condición humana,
que si él era un obstáculo para el consenso y la reconstrucción
de San Fernando, ponía su cargo a disposición,
y se fue, para regresar a su cátedra en el Hospital
Dos de Mayo al lado de sus alumnos y colaboradores.
LANFRANCO Y SU PAPEL EN LA RECONSTRUCCIÓN
DE LA INSTITUCIONALIDAD
SANFERNANDINA
indudable repliegue institucional, al margen de los vaivenes
propios de los conflictos y las oleadas de
masificación de la enseñanza. La escasez progresiva de
los recursos, la violencia política y un deterioro progresivo
del nivel académico y la investigación. Todos esos
factores hicieron que San Fernando cediese espacio y
visibilidad en lo académico, a despecho de la carencia
de líderes de opinión relevantes en el campo científico.
Es en este escenario donde emerge nítidamente la figura
del maestro Lanfranco, quien a pesar de su avanzada
edad, era animador de numerosas reuniones en Sociedades
Científicas, Academias o Colegios Profesionales, allí
estaba Don Carlos como representante oficial y oficioso
de San Fernando. En estos foros, el Maestro no sólo hacía
gala de su erudición clínica, sino que planteaba el
papel protagónico y la importancia de San Fernando
como núcleo del pensamiento en la Historia Médica Peruana.
Cuando muchos pensaban ya en San Fernando
como un recuerdo, Lanfranco con una certeza rayana en
la ingenuidad hablaba no sólo del pasado, sino del futuro,
de la grave crisis de la enseñanza de la medicina y la
necesidad de establecer nuevos rumbos, de propuestas
para mejorar y modernizar la gestión de la docencia universitaria,
y sobre todo del papel central que le tocaría
asumir a nuestra alma mater, San Fernando, en este proceso.
En ese escenario de repliegue institucional,
Lanfranco mantuvo la visibilidad de la Universidad, públicamente
defendió la vigencia de nuestra institución
en diferentes espacios académicos. No solamente era la
encarnación de un glorioso pasado, que todos reconocían,
sino era una pulga en la oreja en la mayoría de
eventos académicos, donde a despecho de soberbias y
pretensiones académicas provenientes de otras orillas,
el Maestro insistía tercamente en la presencia de San
Fernando, haciendo uso del prestigio y reconocimiento
que gozó en los últimos años de su vida. Si algo le debemos
las actuales generaciones al Maestro Lanfranco es
sin lugar a dudas el haber bregado duramente para lograr
mantener un espacio de visibilidad y prestigio para
la Facultad en etapas sumamente difíciles de nuestra historia
reciente. De otro lado, el tremendo consenso
institucional logrado por don Carlos en San Fernando,
inédito en este siglo, donde era considerado por muchos
no sólo como un maestro, sino como un padre y amigo,
logró en torno a él conciliar voluntades, plasmadas en
los numerosos homenajes que recibió en vida, que permitieron
reconstituir una trama institucional casi desecha
por décadas de conflictos y escenarios de crisis.
LANFRANCO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL
IMAGINARIO SOCIOCULTURAL DE LA
FACULTAD DE MEDICINA
En términos culturales, el imaginario cultural de la
Medicina Peruana nace con Carrión. Su sacrificio fue
un núcleo movilizador en un escenario institucional de
reconstrucción en medio de una guerra civil. La figura
de Carrión, en el fondo, llena la necesidad de un paradigma
y de una identidad, la cual fue moldeada (incluso
en términos físicos) en función de las expectativas del
colectivo institucional de la postguerra y adquiere incluso
el carácter de mito, el cual fue aceptado
acríticamente por las generaciones posteriores. Años
después, Valdizán se plantea la necesidad de configurar
un imaginario cultural médico con historia, apostando a
la construcción de un espacio de encuentro entre la historia
de los médicos y la cultura de la población local.
Sin embargo, el esfuerzo de Valdizán es marginal a la
construcción de una hagiografía oficial funcional a los
homenajes y ceremonias, orientada al mantenimiento del
status quo, más que a la promoción de un conjunto de
valores que se plasmaran en una cultura institucional.
La ruptura del ‘61, con todo lo traumática que fue, no
produjo mayores cambios en una hagiografía que devino
en anacrónica, siendo su mayor representación la celebración
de la Semana de la Medicina, en la que la presencia
de Carrión (convertido en ícono neutro, que puede
ser reivindicado por todos los sectores al estar absolutamente
arraigado en un pasado que no tiene presencia en
el presente) es marginal. La aparición de lecturas alternativas
a este personaje central de la Medicina Peruana,
dentro y fuera de la Universidad (desde las positivistas
hasta las emergentes) tratan en el fondo de reinsertar a
un referente importante dentro de nuevos escenarios
institucionales y culturales.
En el caso de San Fernando, la construcción de nuestro
imaginario cultural empieza y termina con Carrión.
Existe, de hecho, un olvido sistemático de aportes relevantes
que podrían constituir un imaginario
institucional relevante y de indudable actualidad (Paz
Soldán, Gutiérrez Noriega, Valdizán, Weiss, Seguín,
Monge, entre otros). La pregunta es por qué Lanfranco,
docente excepcional, a diferencia de los brillantes científicos
e intelectuales antes mencionados, ingresa a ser
parte de nuestro imaginario cultural. Consideramos que
en torno a la personalidad del maestro aparece la necesidad
en nuestra comunidad de la construcción de referentes
más primarios (noción de comunidad médica,
de familia universitaria, de valores mínimos de convivencia
académica y social) que revelan un bajo nivel
de desarrollo y cultura institucional. Este imaginario
soslaya la producción científica e intelectual relevante
porque nuestra evolución cultural e institucional todavía
no ha convertido este aspecto como fundamental
en la construcción de nuestra identidad y práctica cotidiana,
y explica el olvido institucional de notables per
sonalidades que merecen formar parte de nuestro imaginario
cultural sanfernandino.
EL LEGADO DEL MAESTRO
Lanfranco, como muchos brillantes clínicos de su generación,
no era muy aficionado a sistematizar su experiencia
en publicaciones. De hecho, mucho de lo que
nos queda de él se deben a transcripciones corregidas de
sus brillantes conferencias o participacion en mesas redondas
o clases magistrales. Sin embargo, su legado es
mucho más complejo. Creemos que la clave que nos
permite desentrañar dicha interrogante es la siguiente
pregunta: ¿Cómo es posible que por primera vez en la
Historia de la Medicina Peruana se reúnan cuatro generaciones
de médicos para rendir homenaje a un maestro?
¿Cómo es posible que cientos de médicos se movilizaran
durante los homenajes y ceremonias fúnebres en
su honor? Nuestra hipótesis es que Lanfranco encarna la
emergencia de una nueva Cultura Médica Sanfernandina.
Una cultura médica heredera de un segmento social emergente
que logró un espacio de legitimidad académica e
institucional con Bernales, y que fue el núcleo social
sobre el cual se reconstruyó la trama institucional de la
Facultad después de la crisis del ‘61. Dentro de este nuevo
segmento social, Lanfranco encarna una nueva cultura,
donde se crea un nuevo imaginario institucional,
con sus propios paradigmas de liderazgo, excelencia
académica y cultura médica, y que es percibido como
un enlace entre el pasado y un futuro posible.
Los funerales del maestro fueron probablemente, uno
de los eventos de mayor trascendencia institucional en
lo que va del siglo, sólo comparables a las exequias de
Arce o Valdizán, además de presentar una tremenda riqueza
de elementos socio-culturales. La presencia inédita
de numerosos profesionales y autoridades de todos
los niveles de la colectividad médica, empezando
por el Ministro de Salud, de numerosos médicos y estudiantes
que nunca conocieron al Maestro pero que
adhieren los valores que encarna, o que simplemente
necesitan referentes de identidad, muestra que existe
una cultura sanfernandina que está pasando por fuera o
que sencillamente no se siente representada por el discurso
formal de la Facultad, pero que enlaza a una comunidad
médica (Universitas), con sus propios valores
y que se congrega en torno a elementos de consenso,
que en la actualidad no existen o no son encarnados
por su alma mater, pero que se movilizan en situaciones
límites. Una expresión de esta nueva cultura médica
fue el momento culminante de la ceremonia fúnebre,
cuando el féretro del Maestro abandonaba el paraninfo
de San Fernando en medio de las arengas con las
cuales la izquierda política universitaria homenajeaba
a sus mártires, lo que expresa la existencia de un imaginario
y cultura institucional sanfernandina, que recién
empezamos a descubrir, la cual está mucho más
impregnada de elementos socio-culturales de las últimas
décadas de lo que imaginamos.
Con Lanfranco se cierra una etapa, pero se inicia otra
marcada por la visualización de una nueva cultura médica
de un segmento social emergente, el cual está comprometido
con los valores éticos, morales e
institucionales que tan dignamente encarnó el Maestro.
Es un segmento que esta ahí, disperso en numerosas instituciones
y estamentos de la sociedad, poseedor de una
tremenda fuerza transformadora, pero latente. Así como
esta colectividad fue capaz de movilizarse ante una situación
límite como la muerte del Maestro, es posible
que pueda articular su tremenda vitalidad y fuerza
transformadora en torno a los mismos valores que encarnó
Lanfranco y que en algún momento pueda apostar
por el desarrollo y reconstrucción de nuestra alma mater.
¿Cómo hacerlo? Consideramos que este enlace debe
hacerse en base a propuestas de liderazgo, excelencia
académica, comunidad y desarrollo institucional acordes
con el imaginario sociocultural de este segmento
mayoritario de la comunidad sanfernandina y no con discursos
que asimilados acríticamente encarnan otras perspectivas
socioculturales.
Por todo ello, la dolorosa muerte del Maestro constituye
el fin de una época, pero el inicio de una esperanza,
de que el consenso expresado en su muerte, pueda
convertirse en un elemento movilizador e integrador
de la comunidad sanfernandina que nos lleve a la construcción
de una nueva Facultad basada en los valores
de tolerancia, excelencia académica, autenticidad en los
valores, compromiso con el trabajo docente, y comunidad
universitaria que encarnara el Maestro Carlos
Lanfranco La Hoz y por los cuales bregó tercamente
durante toda su vida.
AGRADECIMIENTOS
Los autores expresan su agradecimiento a los Drs.
Felipe Romero y Eduardo Zárate por sus comentarios y
sus valiosos testimonios.
Anales de la Facultad de Medicina
Vol. 60, Nº 2 - 1999
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