jueves, septiembre 12, 2013

ALLENDE

“Misión cumplida. Presidente muerto”

Los primeros soldados entraron por la puerta de la calle Morandé y detuvieron a varios de los defensores, entre ellos al doctor Óscar Soto, a quien ordenaron que avisara a Allende y a sus acompañantes de que tenían diez minutos para salir desarmados. “Presidente, la primera planta está tomada por los militares. Dicen que deben bajar y rendirse”, le informó. “Allende nos pidió que nos entregáramos”, señaló el doctor Patricio Arroyo. “Entendí claramente que esto corría para nosotros y no para él. No recuerdo si lo dijo o no, pero todos entendimos lo mismo: él no saldría vivo de ahí...”.

“Se improvisó, con un delantal médico, una bandera blanca; atada a un palo, fue sacada por la puerta de Morandé 80. La Moneda estaba rodeada por todos lados. Los militares aceptaron la rendición y exigieron que bajáramos en fila india y con las manos en la nuca”. Con el palacio semidestruido, en llamas y sin suministro de electricidad, Allende se despidió personalmente de cada uno de ellos y detrás de Óscar Soto, empezaron a salir. El presidente regresó al salón Independencia.

El único testigo de su muerte es el doctor Patricio Guijón. Mientras sus compañeros iban bajando hacia la puerta de Morandé, a Guijón se le ocurrió regresar a buscar su máscara antigás para llevársela a su hijo como recuerdo. “En un momento determinado me encuentro frente a una puerta ubicada en ese pasillo, la que por lo general se mantenía cerrada, no obstante en esta ocasión estaba abierta e instintivamente miré hacia el interior de esta habitación, observando que al fondo de esta, en la muralla que daba hacia Morandé, a seis o siete metros de distancia, estaba el presidente Allende, sentado en un sofá con una metralleta en sus manos, instante en que escuché y vi que se disparó, saliendo eyectado parte de su cráneo y masa encefálica, en dirección al techo de la habitación y la pared posterior. Instintivamente me acerqué a ver cómo estaba y le tomé el pulso. No había nada que hacer”. El doctor Patricio Guijón permaneció al lado del cuerpo inerte unos diez o quince minutos, hasta que llegaron primero dos militares y después el general Palacios, quien comunicó a sus superiores: “Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto”.

Extracto de Allende, la biografía
de Mario Amorós (Ediciones B), que se publica el 11 de septiembre 2013.


“Bajen todos. Yo seré el último”

Bruscamente, la puerta de la calle Morandé 80 (del Palacio de la Moneda) es derribada y unas dos decenas de soldados invaden el vestíbulo. Llevan fusiles y se identifican con un paño en el cuello de color naranja. Violentamente nos golpean en los costados del cuerpo y nos arrojan uno encima del otro en la vereda inmediata a la puerta de Morandé. Desde el Ministerio de Obras Públicas no dejan de dispararles y nos encontramos en un fuego cruzado, con serio peligro de ser heridos. Un suboficial, que porta lentes ópticos con la mitad de uno de los cristales roto, me coge por un brazo y me levanta. “¿Quién es usted?”, me pregunta. “Soy el doctor Óscar Soto”, respondo de inmediato. “Doctor, suba a la segunda planta y dígale a sus compañeros que tienen diez minutos para rendirse, que bajen desarmados”.

Subo la escalera y cuando me faltan aproximadamente unos diez escalones veo al presidente Allende rodeado de mis compañeros. Me ve aparecer y me dice: “¿Qué pasa doctor?”. Respondo: “Presidente, los militares han invadido ya la primera planta y nos dan diez minutos para bajar”.

Durante un instante me mira profundamente desde lejos y siento que será definitivo, se acerca el final. Le escucho: “Bajen todos. Dejen las armas y bajen. Yo seré el último”. En fila india, mis compañeros bajan, yo sigo mirando al presidente que se escurre en dirección al salón Independencia. Al atravesar la puerta de Morandé 80 soy empujado, con las manos detrás de la nuca, a apoyarme en el sólido muro del palacio. Detrás de mí, alguien solloza. Es Enrique Huerta, el intendente de palacio. “¿Qué pasa, Enrique?”, inquiero. “El presidente ha muerto”, me dice desolado. Ha entrado al salón Independencia, se ha sentado en un amplio sillón de tapiz rojo, y se ha suicidado. Ha estado solo. Ningún militar ha llegado aún a la segunda planta.

El doctor Rogelio de la Fuente Gaete, en su libro Detrás de la memoria (México, 2008), resume con acierto la llamada batalla de La Moneda: “Políticamente, una traición. Humanamente, un genocidio. Éticamente, una ignominia. Militarmente, una inepcia”.

Extracto de Allende, en la memoria,
de Óscar Soto (Ediciones Sílex).


Entre 1973 y 1975 hubo 42.486 detenciones políticas. Y de acuerdo a datos entregados por la Vicaría de la Solidaridad, entre 1976 y 1988 hubo 12.134 detenciones individuales y 26.431 detenciones masivas.

El Informe Rettig y la Corporación Nacional para la Reconciliación y Reparación, concluía que en 1996, 3.197 personas murieron o desaparecieron entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990 a consecuencias de violaciones a los derechos humanos. De éstas, 1.102 fueron calificadas como desaparecidos(as) y 2.095 como muertos(as).

El Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS), estimó que un 10% de la población chilena, a principios de los años ochenta se encontraba afectada por alguna situación represiva. De este total ILAS cree que situaciones extremas afectaron a unas 200.000 personas que fueron obligadas a vivir en el exilio, otras torturadas, ejecutadas o desaparecidas, junto a sus familiares directos.



Última imagen del presidente chileno Salvador Allende, en el exterior del Palacio de La Moneda, acompañado del Grupo de Amigos del Presidente (GAP), su servicio de guardia personal, durante el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.

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