martes, julio 31, 2012

DRONE


Para matar a Anuar el Aulaki, Estados Unidos ha utlizado un avión teledirigido a miles de kilómetros de distancia. Se trata de un Drone, que significa literalmente abejorro. Se le dio ese nombre a unos aparatos que pretendían reproducir la facilidad de vuelo de ese insecto para incrementar la versatilidad y profundidad de los aviones norteamericanos. Actualmente existen algo más de 7.000 drones, que desde 2001, pero muy especialmente en los últimos dos años, han actuado en Irak, Afganistán, Pakistán y, más recientemente, en Yemen y Libia. La mayoría son de unos nueve metros de largo, pero ya funcionan algunos de menos de un metro, y el diario de The New York Times informaba recientemente de que se está experimentando modelos hasta del tamaño de una mosca.
Estos artefactos, que en sus versiones más avanzadas pueden estar en activo en menos de una década, cambiarán por completo el concepto de la guerra y el espionaje. Darán a Estados Unidos capacidad de penetrar en los lugares más inexpugnables de forma prácticamente incontenible y obligarán a un total replanteamiento de los sistemas de ataque y defensa en todos los países.

No es ciencia ficción. La revolución está ya en marcha. Actualmente la Fuerza Aérea norteamericana entrena a más especialistas en el vuelo de los aviones sin tripulación que pilotos tradicionales para misiones de espionaje o bombardeo. Los drones fueron fundamentales para la localización de Osama bin Laden y para el combate a los insurgentes en Afganistán.

En los últimos cuatro años, EE UU ha matado a cerca de 2.000 supuestos terroristas en Pakistán con esos aviones. Los drones han sido utilizados contra Muamar el Gadafi, y una versión algo más grande de avión sin piloto, el llamado Global Hawk, es utilizada para fotografiar Corea del Norte y sirvió para seguir la evolución de la central nuclear de Fukushima.

El más conocido de los drones es el Predator, el que con mayor frecuencia es utilizado en Afganistán y Pakistán. La mayoría de ellos son dirigidos con un sencillo joystick por especialistas sentados ante pantallas de ordenadores en sus oficinas de la CIA. Despegan desde bases norteamericanas en Oriente Próximo y regresan allí tras su misión sin que nadie en esas bases haya intervenido en el proceso.

El modelo más pequeño, generalmente utilizado por el Pentágono, el llamado Raven, de 90 centímetros, es transportado manualmente por los soldados y es usado generalmente para obtener información de zonas montañosas o de acceso peligroso antes de que las fuerzas de tierra penetren en esos lugares. Actualmente está en fase de prueba una versión mejorada y también manual de este aparato que es capaz de volar a 25 kilómetros por hora y aterrizar con éxito en un espacio tan reducido como el extremo de un poste. En los modelos del tamaño de una avispa se intenta reproducir las alas y los movimientos de ese animal.


Desde una base militar en Siracusa, a 380 kilómetros al norte de Nueva York, el coronel D. Scott Brenton controla el vuelo de un drone sobre Afganistán. La aeronave transmite en directo la vida de insurgentes talibanes, su objetivo a 11.200 kilómetros de distancia. Él y su equipo pueden observar a una familia durante semanas. “Madres con niños. Padres con niños. Padres con madres. Niños jugando al fútbol”, cuenta. Cuando llega la orden, y dispara y mata a un miliciano —lo que solamente hace, comenta, cuando las mujeres y los niños no están cerca— un escalofrío recorre su nuca, como le ocurría cuando disparaba a un objetivo desde los F-16 que solía tripular.

Los drones han revolucionado el modo en que Estados Unidos hace la guerra. Y también han cambiado profundamente la vida de quienes las libran.
El coronel Brenton reconoce la singularidad de atacar, sin más equipo que un mando, unas pantallas y un pedal, en un frente a miles de kilómetros de su silla acolchada en un suburbio en Estados Unidos. Cuenta que en Irak, donde estuvo destinado, “aterrizabas y quienes te rodeaban sabían qué había pasado”. Ahora sale de este cuarto lleno de pantallas, aún con la adrenalina tras haber apretado el gatillo, y conduce rumbo a su casa, para ayudar a sus hijos con los deberes. Pero siempre solo.“Nadie en mi círculo más cercano es consciente de lo que ha pasado”, dice.

Los drones tienen potentes cámaras que transmiten la guerra en directo a sus pilotos. Los militares que controlan los drones hablan con entusiasmo de los días buenos, como cuando pueden alertar a una patrulla terrestre en Afganistán de una emboscada. Para los días malos, la Fuerza Aérea envía médicos y capellanes a las bases para hablar con los pilotos y operadores cuando un niño muere en un ataque, o cuando las imágenes muestran un primer plano de un marine caído en combate.

La minuciosa vigilancia que precede a un ataque recuerda a la película La vida de los otros: la historia de un agente de la Stasi, la policía secreta de la RDA, que acaba absorto en la vida de las personas que espía. Un piloto de un drone y su compañero, un operador que controla la cámara de la nave, observan a un miliciano mientras juega con sus hijos, habla con su esposa y visita a sus vecinos. Ejecutan el ataque cuando, por ejemplo, su familia ha ido al mercado.

“Ven todos los detalles de la vida de este tipo”, comenta el coronel Hernando Ortega, el jefe de Medicina Aeronáutica en el Mando de Formación y Educación Aérea, que colaboró en un estudio sobre el estrés en las tripulaciones de los drones, realizado el año pasado. “Se pueden identificar hasta cierto punto".

De una docena de pilotos, operadores y analistas aeronáuticos entrevistados, ninguno reconoció que el rastro de sangre causado por las bombas y los misiles les impidiera dormir. Pero todos hablaron de la intimidad que habían establecido con las familias afganas que habían observado durante semanas, cuyas vidas desconocen el piloto que vuela a 6.000 kilómetros de distancia o incluso el soldado que está en el terreno.

“Los ves levantarse por la mañana, trabajar y luego irse a dormir”, describe Dave, un mayor de la Fuerza Aérea que pilotó drones entre 2007 y 2009 desde la base de Creech (Nevada) y ahora entrena a nuevos pilotos en la base de Holloman, en Nuevo México. (Bajo el argumento de que han recibido “amenazas creíbles”, la Fuerza Aérea prohíbe a los pilotos de drones dar sus apellidos. Solo los comandantes de la base, como el coronel Brenton, usan sus nombres completos con la prensa). “Hay una muy buena razón para matar a estas personas. Me lo repito una y otra y otra vez”, afirma Will, otro oficial. “Pero nunca te olvidas de lo que ha ocurrido”.
La Fuerza Aérea cuenta con más de 1.300 pilotos de drones repartidos en 13 bases en Estados Unidos. Según fuentes militares necesita, por lo menos, unos 300 más. La mayoría de las misiones son en Afganistán. (Las cifras no incluyen las misiones clasificadas de la CIA en Pakistán, Somalia y Yemen). El Pentágono calcula que para 2015, la Fuerza Aérea deberá contar con 2.000. El Ejército entrena ya más pilotos para drones que tradicionales: 350 el año pasado. Anteriormente, las tripulaciones de drones superaban el entrenamiento para volar un avión de combate tradicional. A partir de este año, los pilotos solo pasan 40 horas a bordo de un Cessna antes de aprender a manejar un drone. El jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el general Norton A. Schwartz, reconoció que es “posible” que los pilotos de drones superen a los tradicionales en los próximos años. Cada vez más bases dejan los aviones tradicionales para volar drones y satisfacer la demanda. Hancock retiró sus F-16 en 2010.

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