sábado, octubre 30, 2010

NUNCA MAS !!! A 25 AÑOS DEL JUICO A LAS JUNTAS

NUNCA MAS !!! 
A  25 AÑOS  DEL JUICO A LAS JUNTAS

Las audiencias del Juicio a las ex Juntas militares se iniciaron a las 10 de la mañana del lunes 22 de abril de 1985. Seis jueces, integrantes de la Cámara Federal de la ciudad de Buenos Aires, fueron los encargados de someter a proceso a los nueve militares que apenas unos años antes habían gobernado a los argentinos.

La acusación se basó en 709 casos, seleccionados entre los 8.960 denuncias que había recogido la CONADEP. Durante el juicio, declararon 833 testigos, entre ellos 64 militares, 15 periodistas, 14 sacerdotes y 13 ciudadanos extranjeros. El primero de los testigos fue Italo Luder, peronista que acababa de perder las elecciones frente a Raúl Alfonsín y fue ofrecido por la defensa de los militares.

Las audiencias duraron 900 horas que se grabaron en 530 casetes y se guardaron también en versión taquigráfica. Entre los 672 periodistas acreditados, se presentó un día el escritor Jorge Luis Borges. El juicio acabó el 9 de diciembre de 1985 con las condenas de todos los acusados.

Si los cargos contra Jorge Videla se hubieran acumulado, le hubiese correspondido una pena de 10.248 años de cárcel. Era la primera vez que un país juzgaba a los máximos responsables de su dictadura reciente. Y la condenaba. La historia, igual, aún se escribe.



El país que creyó en la democracia

Ricardo Kirschbaum.
EDITOR GENERAL DE CLARIN
24/09/10 - 13:24

El Juicio a las Juntas fue una bisagra. Comprobó que el camino era el de la palabra. Y que hay valores a defender que son de toda la sociedad. Hoy, esa conquista intenta ser desfigurada.

Los argentinos podemos hacerle innumerables críticas a la democracia que se abrió paso en 1983, pero la nueva etapa será recordada como un punto de inflexión, como una gigantesca bisagra, aquel en el que cada ciudadano comprendió que un país se hace entre todos -los que nos gustan y los que no nos gustan- y que la palabra debe ser la herramienta central para convencer al otro, como corresponde en un sistema democrático.

El Juicio a las Juntas fue el gran disparador de una nueva época en la que la democracia puede crecer y sostenerse, a pesar de las crisis muy graves que se produjeron en este período.

La derrota militar en junio de 1982 en la Guerra de Malvinas había golpeado con dureza la intervención militar en la política argentina, pero fue la decisión de Raúl Alfonsín de juzgar las cúpulas de las FF.AA. la que también, además de otros factores locales e internacionales de peso, aseguró este cuarto de siglo sin interrupciones institucionales. Es un logro gigantesco si tenemos en cuenta la tradición que caracterizó la vida nacional a lo largo del siglo XX. Significa una toma de conciencia global sobre las consecuencias de la inestabilidad institucional y sobre los valores que deben ser defendidos y protegidos, sin especulaciones menores ni aprovechamientos que los bastardeen.
Al horror hay que animársele, enfrentar su grito y no ocultarlo bajo las sábanas de la buena conciencia que lo viste con palabras vaciadas. De eso supimos los argentinos. No por casualidad esa necesidad de ahondar en lo inhumano de la humanidad fue reiterada con tozudez por el filósofo alemán Theodor Adorno en relación a la barbarie y de ella se desprende, creemos, la mayor enseñanza del Juicio a las Juntas de 1985.

Por primera vez, el espanto dejó de ser murmullo de pocos para traducirse en una realidad incontrastable. Habrá quizás -¿habrá aún?- quienes lo justifiquen pero no quienes lo nieguen, si hasta se intentó una diferencia entre crueldad y sadismo. Los testimonios ante aquella Cámara en lo Criminal nos instalaron a todos como testigos de lo más negro que la sociedad argentina ha generado. Y dio resultado.

Esta luz que se instaló sobre nuestro pasado ha ido de la mano con un hecho también iniciático: no hay nadie por encima de la justicia ordinaria. Aquella idea de que los militares sólo se podían juzgar a sí mismos, auto-amnistiarse de ser necesario o considerarse primus inter pares se hizo trizas. Atrás quedó la idea de que la justicia penaliza sólo a los excluidos, sea el Jean Valjean de "Los Miserables" o los gauchos de Martín Fierro. Sería ingenuo pensar, claro, que la igualdad plena llegó a nuestras instituciones, pero un paso enorme fue dado.

Queda pendiente la pregunta sobre cómo celebrar este veinticinco aniversario. Raúl Alfonsín siempre reivindicó el Juicio como una gesta de la sociedad argentina, más allá de saberse el padre de la idea. De alguna manera, lo suyo fue una entrega: esto que logramos es patrimonio de todos, no tiene un dueño sino una sociedad decidida a madurar. Ahora parecen escucharse voces distintas desde el gobierno, como si los derechos humanos le pertenecieran en exclusiva, como si la pelea por la Justicia no hubiera empezado en 1983 y aún mucho antes, como si se pudiera dejar en el olvido el puntapié inicial de las luchas posteriores.

En este aniversario, paradójicamente, vemos también la grosera manipulación de los derechos humanos, convertidos en un arma de lucha política, acaparados por una facción que en su afán de retener el poder desfigura la historia, la modela según sus intereses y pasiones.

Por eso también es necesario recordar este aniversario: la Argentina que dejó atrás la aniquilación conforma un hoy invalorable para nosotros y para nuestros hijos, y no merece convertirse en una bandera cuya propiedad divida a todos los que defendimos y creemos en la democracia.




El día en que una voz fue la de todos


Silvia Fesquet.
EDITORA JEFA DE CLARÍN
24/09/10 - 13:24
El 18 de septiembre de 1985, Strassera cerró su alegato con una frase para la Historia: "Nunca más". La Sala de Audiencias fue pura emoción y los aplausos, liberadores. Por una vez, Videla miró al público.

Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el olvido, y fracasamos (...). Hemos tratado de buscar la paz por la vía de la violencia y el exterminio del adversario, y fracasamos (...) A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la última (...) Señores jueces, quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya al pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más".

Con voz grave y tono firme, Julio César Strassera, fiscal principal del Juicio a las Juntas, acababa de cerrar, con esas palabras inscriptas ya en la Historia, su alegato. Difícil evocar lo que pasó entonces en la atestada Sala de Audiencias del Palacio de Tribunales sin que la emoción traicione.

De pie, el público que colmaba las bandejas superiores, los invitados que desbordaban la nave central, los periodistas, locales y de todos los rincones del mundo que seguíamos las alternativas de un proceso judicial sin precedentes, estallamos en un aplauso cerrado, interminable, catártico, liberador. Faltaban las palabras y sobraban las lágrimas ese miércoles 18 de septiembre de hace veinticinco años.
Fundidos en un abrazo que no necesitaba de explicaciones, el fiscal titular y su adjunto, Luis Moreno Ocampo, podían sentir, con toda razón, que la tarea estaba cumplida. Ese día, Strassera festejaba su cumpleaños 53, pero la emoción poco tenía que ver con el aniversario. Sólo ellos sabían lo que habían debido atravesar para llegar a ese momento. Amenazas, presiones, incomprensión, escepticismo, noches de insomnio, jornadas agotadoras e interminables habían sido moneda corriente esos últimos meses, soportado todo en pos de lo que, en más de una oportunidad, parecía una quimera: sentar en el banquillo a los nueve integrantes de las Juntas militares que, en los años de plomo, se adueñaron de la vida y de la muerte en la Argentina, no para clamar revancha sino para pedir justicia.

Pero el día había llegado y ahí estaban, en esa sala, los nueve responsables de la noche más negra de nuestra historia. En fila india habían ingresado al recinto, como a lo largo de esa última semana. Todos vestían uniformes militares, a excepción de Videla y Galtieri. De frente a los seis camaristas, de espaldas al público, en la nave central, esa tarde se ubicaron, de izquierda a derecha, Galtieri, Lambruschini, Videla, Graffigna, Viola, Agosti, Massera, Lami Dozo y Anaya.

A las 15 en punto arrancó su alegato Moreno Ocampo; duró exactamente 25 minutos.

No dejaba de ser impactante, y paradójico, ver a esos señores de la guerra sucia, todopoderosos apenas unos años atrás, allí, de cara a una justicia que desconocieron y negaron sistemáticamente durante su régimen de horror. Claro que, aun en medio de su juzgamiento, seguían siendo lo que habían sido.

Videla, indiferente a lo que pasaba a su alrededor, continuó ese día con sus lecturas: la mayor parte del tiempo de las audiencias lo había ocupado con el libro Las siete palabras de Cristo en la cruz, de Charles Journet. Galtieri -gesto impensado en estos tiempos- fumaba sin parar; Agosti y Viola tomaban algunos apuntes en sus respectivos blocs. Massera bostezaba y dirigía miradas displicentes a los jueces. Todos trasuntaban aburrimiento, cierto hastío frente a lo que ocurría en esa sala. El único que parecía mostrar algún grado de interés era Anaya. Tal como había ocurrido en los días previos, en medio del alegato acusatorio, los ex comandantes, inexplicablemente, reían cuando se pasó a cuarto intermedio.

La tensión iba en aumento en el recinto y el silencio pesaba cuando, a las 16.45, tomó la palabra Strassera. Habló de crímenes contra la humanidad, de crímenes atroces que ofendieron a la Nación argentina. De delitos como homicidio agravado, privación ilegítima de la libertad calificada, robos agravados, reducción a la servidumbre, extorsión, sustracción de menores y tormentos seguidos de muerte. Dijo también "la muerte no puede ser una forma de actividad política.(...) Por ello, y en representación de la comunidad argentina vamos a solicitar el castigo que la ley prevé para los que no supieron respetar la vida". Pidió las condenas para cada uno de los nueve acusados y cerró con el Nunca más de esa jornada irrepetible.

La apoteosis final encontró a los ex comandantes mirando, por primera vez, al público. Alguno lanzó un insulto a esa gente que aplaudía; otros mantuvieron la actitud distante y soberbia. Ya nada de eso importaba. Como en la novela de García Márquez, esos patriarcas que alguna vez fueron se encaminaban a su otoño más temido.

Afuera, tímidamente, empezaba a asomar la primavera.

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