"Viene de lejanas tierras para contar algo"
(Ata: viene; Ku: de lejos; Alpa: tierra; Yupanqui: narrarás, has de contar).
Héctor Roberto Chavero Aramburo nació el 31 de enero de 1908 en la provincia de Buenos Aires, precisamente en el paraje conocido como Campo de la Cruz, y fue registrado en Pergamino, ciudad distante a 30 km de allí y 224 km al noroeste de Buenos Aires, capital de la República Argentina. Su padre era originario de la ciudad de Loreto, ubicada en la provincia de Santiago del Estero, y tenía sangre quechua. Su madre era natural de las por entonces llamadas Provincias Vascongadas y hoy en dia Comunidad Autonoma del Pais Vasco o Euskadi, España.
Los primeros años de su infancia los pasó en Agustín Roca, pueblo de su provincia natal, donde su padre trabajaba en el ferrocarril.
Allí sus días transcurren entre los asombros y revelaciones que le brinda la vida rural y el maravilloso descubrimiento del mundo de la música, al que se acerca a través del canto de los paisanos y el sonido de sus guitarras:
"(...) mientras a lo largo de los campos se extendía la sombra del crepúsculo, las guitarras de la pampa comenzaban su antigua brujería, tejiendo una red de emociones y recuerdos con asuntos inolvidables. Eran estilos de serenos compases, de un claro y nostálgico discurso, en el que cabían todas las palabras que inspirara la llanura infinita, su trebolar, su monte, el solitario ombú, el galope de los potros, las cosas del amor ausente. Eran milongas pausadas, en el tono de do mayor o mi menor, modos utilizados por los paisanos para decir las cosas objetivas, para narrar con tono lírico los sucesos de la pampa. El canto era la única voz en la penumbra (...) Así, en infinitas tardes, fui penetrando en el canto de la llanura, gracias a esos paisanos. Ellos fueron mis maestros. Ellos, y luego multitud de paisanos que la vida me fue arrimando con el tiempo. Cada cual tenía 'su' estilo. Cada cual expresaba, tocando o cantando, los asuntos que la pampa le dictaba" ("El canto del viento", I).
Y la guitarra será un amor constante a lo largo de toda su vida. Luego de un breve y fracasado intento con el violín, comienza a tomar clases de guitarra con el maestro Bautista Almirón, y allí queda marcado a fuego su destino y su vocación. Descubre, además, la existencia de un vasto repertorio que excedía los temas gauchescos.
Sus estudios no pudieron ser constantes ni completos, por diversos motivos: falta de dinero, estudios de otra índole, traslados familiares o giras de concierto del maestro Almirón, pero como él mismo señala estaba el signo impreso en su alma, y ya no habría otro mundo que ése:
¡La Guitarra! "La guitarra con toda su luz, con todas las penas y los caminos, y las dudas. ¡La guitarra con su llanto y su aurora, hermana de mi sangre y mi desvelo, para siempre!" ("El canto del viento", II).
En 1932, Yupanqui participa de una revuelta contra la dictadura que había derrocado al gobierno de Hipólito Yrigoyen, la revuelta fracasa, Yupanqui se exilia al Uruguay y retorna a Argentina en 1934 luego de declararse una amnistía.
En 1945 Yupanqui se afilia al Partido Comunista al que renuncia en 1952. Su pertenecia al comunismo le acarreó carcel, tortura y exilio durante el régimen de Juan Perón.
Se cuenta que sus manos fueron gravemente dañadas a culatazos por un grupo militar de extrema derecha. Las Coplas del payador perseguido, serían, al parecer, una respuesta a dicha agresión:
"y aunque me quiten la vida/ o engrillen mi libertad/ y aunque chamusquen quizá/ mi guitarra en los fogones/ han de vivir mis canciones en l'alma de los demás".
Esta canción estuvo prohibida en algunos países, como, por ejemplo, en la España franquista.
Atahualpa Yupanqui estuvo exiliado en París, Francia. Murió en ese mismo país, la noche el 23 de mayo de 1992 en una habitación de hotel de la ciudad de Nimes, después de haber pedido un vaso de leche como último gesto antes de ir a dormir.
Hoy sus cenizas descansan en los jardines de su casa museo en la localidad de Cerro Colorado en Cordoba Argentina, a la sombra de un roble.
De las 325 canciones de su autoría registradas oficialmente, pueden citarse:
La alabanza, La añera, El arriero, Basta ya, Cachilo dormido, Camino del indio, Coplas del payador perseguido, Los ejes de mi carreta, Los hermanos, Indiecito dormido, Le tengo rabia al silencio, Luna tucumana, Milonga del solitario, Piedra y camino, El poeta, Las preguntitas, Sin caballo y en Montiel, Tú que puedes, vuélvete, Nada mas, Viene clareando y Zamba del grillo
entre muchas otras.
Caminito del indio,
sendero coya sembra’o de piedras.
Caminito del indio,
que junta el valle con las estrellas.
Caminito que anduvo
de sur a norte mi raza vieja
antes que en la montaña
la pachamama se ensombreciera.
Cantando en el cerro,
llorando en el río,
se agranda en la noche
la pena del indio.
El sol y la luna
y este canto mío
besaron tus piedras,
camino del indio.
En la noche serrana
llora la quena su honda nostalgia
y el caminito sabe
cuál es la chola que el indio llama.
Se levanta en el cerro
la voz doliente de una baguala
y el camino lamenta
ser el culpable de la distancia.
(1927)
CAMINO DEL INDIO
“Tendría yo unos ocho o nueve años- relataba Yupanqui- cuando mi padre me llevó a Tucumán. La familia se instaló en Tafí viejo, donde en su primera mocedad mi padre había aprendido a manipular el telégrafo Morse. Antes había sido ferroviario y, antes todavía, peón nómade”.
“A la hora de la siesta simulábamos dormir y apenas los mayores bajaban la guardia saltábamos de la ventana de nuestra casa taficeña y nos íbamos a robar naranjas en las quintas de los vecinos, las robábamos amargas o dulces, verdes o pintonas”.
“Las aventuras nos llevaban hasta un kilómetro alrededor de la casa. Llegábamos a un paraje donde vivía el viejo Anselmo, al que llamábamos el indio. Aquel sendero que daba vuelta entre los naranjales y que era nuestro cómplice de travesura era, por cierto, el “camino del indio”.
“Pasaron muchos años. Cierto día me escribieron de Tucumán: ¿Te acordás de don Anselmo? Lo encontraron muerto, ya muy viejito. Qué te vas a acordar. Ustedes eran muy changos. Pero yo tenía frescos los recuerdos de aquel tiempo. Movido por la nostalgia idealicé las caminatas hacia lo de don Anselmo y escribí mi primera canción. Tenía entonces 18 años. Fue el cielo azul profundo el que hizo nacer aquellos versos”.
“Con don Anselmo volvían esos fines de invierno, con un solcito tibio y los cerros azules, enormes, como si pudiéramos tocarlos con las manos.”
Pablo nuestro que estás en tu Chile,
Viento en el viento.
Cósmica voz de caracol antiguo.
Nosotros te decimos,
Gracias por la ternura que nos diste.
Por las golondrinas que vuelan con tus versos.
De barca a barca. De rama a rama.
De silencio a silencio.
El amor de los hombres repite tus poemas.
En cada calabozo de América
un muchacho recuerda tus poemas.
Pablo nuestro que estás en tu Chile.
Todo el paisaje custodia tu sueño de gigante.
La humedad de la planta y la roca
allá en el sur.
La arena desmenuzada, Vicuña adentro,
en el desierto.
Y allá arriba, el salitre, las gaviotas y el mar.
Pablo nuestro que estás en tu Chile.
Gracias, par la ternura que nos diste.
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