martes, diciembre 27, 2011

LOS BRICHEROS

LOS "BRICHEROS" :
origen:  hembritas= hembrichis-
                                    brichis-
                                    brichero

Más de dos millones de personas visitaron Perú en 2010 y el turismo es un negocio que crece a paso agigantado en el país de los incas. El Cusco, la antigua capital del Imperio del Tahuantinsuyo, era una pequeña ciudad de provincia a principios de los años 80, hoy es una de las ciudades más turísticas de América Latina y toda su estructura económica ha sido tocada por esta industria. Aunque es una actividad que recién comienza a desarrollarse, ya ha manifestado su influencia en las creencias y valores de los peruanos.

En los años 80 se impuso un personaje que ha cobrado vida propia en el imaginario popular de los peruanos, el brichero. Para Luis Nieto Degregori, uno de los escritores que más ha investigado el tema, los bricheros son gigolós andinos, buscavidas que van tras las extranjeras presentándose como la encarnación de la mitología andina. El brichero “vende” a los extranjeros una imagen y un discurso. Cabello largo, poncho, chanclas y un relato étnico, mágico, religioso.

Pero no estamos solo frente a un personaje de carne y hueso. En el imaginario popular representa “el paradigma de éxito personal, turístico y comercial de la generación joven”, según el médico psiquiatra Teobaldo Llosa. Por ello es protagonista de comerciales de televisión. Hace poco una marca de cerveza presentó un aviso donde una voz en off se pregunta: “¿Cuál el es peruano que conquista el mundo?” Esa misma voz se responde: “Brichero. ¡Arriba Perú!”. Mientras intentamos descifrar en qué pensaba ese creativo publicitario vemos en la pantalla a un tipo flaco, de facciones andinas y cabello largo que lleva puestas una vincha y un chaleco con flequillos, y está rodeado de una decena de rubias ansiosas por tocarlo. En unas de sus columnas de humor, el escritor Luis Freire, formula una pregunta trascendental: “¿Qué peruano o peruana no lleva un brichero en el corazón?” Él mismo responde así: “Lo rubio nos mata, nos condena y enloquece”.
El triángulo conformado por la colectividad peruana, el brichero y “lo rubio” es una vorágine que Luis Nieto Degregori sintetiza como un rechazo casi generalizado de la comunidad hacia los bricheros: “Manifestamos aversión a los bricheros porque para ser uno tienes que ser indígena. También porque el brichero ha confrontado a los peruanos con sus complejos de inferioridad. La mayoría de peruanos ve como superiores a los blancos, ellos son la encarnación del prototipo de belleza y el brichero al acceder a este prototipo de belleza, despierta sentimientos encontrados que van desde el odio hasta la burla. ¿Por qué? No se puede entender que un indio pueda tener éxito con una extranjera”.

El bricherismo nació cuando el mundo descubrió al Cusco gracias a la actividad turística. En los 70, Cusco era una pequeña ciudad de provincia con una sociedad cerrada y estamental que separaba claramente a los más ricos, a los de clase media y a los indios, quienes vivían un estado de servidumbre.
El turismo creó una revolución en el modo de pensar del cusqueño promedio de ese entonces.
Junto con los visitantes llegaron nuevas ideas: la igualdad entre personas, el amor libre, la libertad sexual de las mujeres.

Tito Roa, socio principal de la célebre discoteca Ukukus, nos cuenta que la primera vez que escuchó una historia sobre bricheros fue en 1982, a los 16 años, cuando vendía artesanía en la Plaza de Armas. “Les decían así, porque ellos siempre hablaban de sus hembritas extranjeras, de sus hembrichis, de sus brichis y así es como alguien comienza a denominarlos bricheros”.
Según Roa, quien trabaja hace 30 años en uno de los locales más clásicos de la noche cusqueña, los primeros bricheros no tenían mayor pretensión que solo salir con gringas. “Ni siquiera se vestían con poncho, sombrero y plumas. Al principio, todas eran historias de amor, de grandes pasiones”.

Con el incremento del turismo en Cusco, no solo llegaron más turistas, con ellos llegaron artesanos de todos lados, en especial del norte del Perú. Son ellos quienes configuran la imagen del brichero como tal. Ellos toman el atuendo de los cusqueños: el poncho, las chanclas, la bincha. No solo asumen la imagen, también adoptan el mágico discurso de la cultura andina: hablan de los Apus, la Pachamama, la hoja de coca.
Roa sostiene que son ellos quienes cambian el significado de brichear porque descubren que el término.
suena también a bridge y que las gringas pueden convertirse en un puente perfecto para salir del país y buscar un mejor futuro. En esa época, el Perú vivía una de sus peores épocas al tener la inflación más alta del planeta y un movimiento terrorista que terminó con la vida de 69,280 personas.


Lo que resulta paradójico es que en un país como el Perú, que tiene bajos índices de lectura, el brichero haya sido introducido al imaginario popular a través de la literatura. Mario Guevara, un escritor cusqueño de 45 años, que confiesa haber sido un brichero, es el autor del famoso cuento “Cazador de Gringas” que fue publicado en 1995. Bastó con un reportaje de televisión para que la noticia se expandiera masivamente. Desde entonces se han escrito cuentos, novelas, poemas, reportajes e, incluso, hace poco se estrenó la película “La Gringa”, basada en el cuento de Guevara.
Dos días por las calles de Cusco y no están los bricheros. En las discotecas no se les ve. No hay rastro de ellos. No están en la Plaza de Armas, no están en Sacsayhuaman. Han faltado a la celebración de los cien años del descubrimiento de Machu Picchu.

Dos días antes de aterrizar en Cusco, Mochi, ex brichera, me advirtió que no iba a encontrar a sus pares en la sierra. Conversamos en su casa de Magdalena del Mar, un barrio limeño de clase media que mira al mar a través de una espesa niebla. “No sé por qué, pero ya no hay bricheros en Cusco. Creo que todos se han ido. Si aún están en Cusco ya están muy viejos para ligar con gringas. En cambio, lo que sí vas a ver, es un montón de bricheras”.
En la discoteca The Lek, la advertencia de Mochi se hace realidad. El ritmo ensordecedor de la música electrónica enloquece a un grupo de chicas. Se agrupan en parejas y conversan entre ellas. Son bricheras, pero ya no hablan de apus, el mensaje es directo como un sms: “Cómprame un trago”. Son latinas desenfadadas de piel bronceada, minifalda y tacón. Parecen salidas de un capítulo del reality de MTV Jersey Shore.
Viven de los gringos y tienen como meta casarse con uno para dejar la pobreza. Pero mientras encuentran un esposo, se divierten con otros gringos y viven de ellos. Y las relaciones que entablan están adornadas por el romance.
Edith Vega, propietaria de una agencia de viajes, nos cuenta que las bricheras son también las principales jaladoras de las discotecas de la Plaza de Armas. “Ellas son las que llevan a los gringos a los locales. Si no les permites entrar, te sabotean... Estoy segura de que reciben un porcentaje de todos los tragos que consume el turista en una discoteca”.
Jeff Murray es californiano, vive hace cinco años en Cusco y trabaja como profesor de castellano. Antes de tomar su cuba libre, en el pub irlandés, nos cuenta que cuando llegó al Cusco le sorprendió que todos los bares y discotecas estuvieran llenos de chicas bonitas. La sorpresa se convirtió en sospecha cuando cayó en cuenta de que las chicas eran siempre las mismas. “Estuve con varias de estas flacas. Nunca pagué por sexo, pero siempre tenía que invitarlas a cenar, darles dinero y siempre comienzan con la historia de que necesitan plata para algo urgente y es ahí cuando tienes que terminar la relación”.

Luego de pulular varios días en discotecas como Mythology, Inka Team, Mamá África y The Sky, logré contactarme con Mayra. No fue fácil. A ellas no les interesan los morenos como yo.

Mayra es una brichera de Chiclayo, una ciudad del norte del Perú, muy lejos de Cusco. Nos vimos una tarde en un bar. Para ella, una brichera es solamente una chica a la que le gusta salir con gringos. Está en Cusco desde hace tres años pero solo en los periodos que van desde abril hasta agosto. Sus estancias coinciden con la temporada alta de turismo.
Como nos había advertido Mochi en Lima, las bricheras viajan en verano a las concurridas y turísticas playas de Máncora, al norte del Perú, o a Montañitas, al sur de Ecuador, paraíso surfer del Océano Pacífico con dulce olor a marihuana y langostas a tan solo 8 dólares. El resto del año prueban suerte en Cusco, capturan a sus primeros gringos en la Calle de las Pizzas, –un concurrido boulevard turístico limeño–, o los encuentran en los tragamonedas de algunos hoteles miraflorinos. “Las coleguitas”, como confiesa Mochi que se llaman entre ellas, se reconocen al primer vistazo.
A Mayra le gustan los europeos y los estadounidenses y nos confiesa que está sola desde hace ocho meses. Su amiga ríe y la delata: “está sola desde hace dos días”. Luego se aleja cuando la fotógrafa saca su cámara.
Estuvo cinco años casada con un estadounidense y tuvo una hija. Tiene 25 años y los últimos meses los dedicó a recorrer Latinoamérica, “tú sabes, en el camino conoces gente”.
Se queja de que las cusqueñas no se asumen como bricheras, en cambio ella tiene la mentalidad más abierta y dice que sí, que eso es lo que ella es. “Las latinas somos muy cariñosas y ardientes y eso les gusta a los chicos. Pero yo preferiría que si un chico se enamora de mí, se quede conmigo porque a mí me gusta el Perú. Yo ya estuve en Estados Unidos y ahí no es la voz quedarse”.


“¿Cómo te convertiste en brichera?”, le pregunto. “Una amiga me dijo: vamos a Cusco de vacaciones, ahí hay montones de turistas. Y bueno, fui a una discoteca, me emborraché, conocí a un chico, nos besamos y después pasó lo que pasó. Al día siguiente lo volví a ver. Estuve dos o tres semanas con él, creo. Él se fue y finalmente me gustaron los gringos. Son buenazos además” me responde.

No encontramos a los bricheros en Cusco. Por eso vine al burgués y apacible barrio de Miraflores, en Lima, para que Víctor Vich, el prestigioso ensayista y crítico literario peruano, nos dé una pista. Quizá por romper el hielo le digo que los bricheros son unos “vivos”. Pero para él son solo personas que responden con eficiencia una necesidad del mercado. “Los turistas saturados del primer mundo, de la modernidad, se encuentran ávidos de consumir una cultura diferente. Ellos aspiran a que su viaje a un país exótico los saque de la rutina y los haga entrar en contacto con el mundo auténtico y tradicional. En los países ricos existe la creencia de que la autenticidad se ha perdido y que sólo pueden encontrarla en el pasado o en algunos países lejanos y exóticos como el Perú”.

Insisto en mi búsqueda y le pregunto entonces dónde están estos bricheros. Él sostiene que ya no están más pero devela un hallazgo aún más sorprendente. “Es el Estado peruano el que ha asumido la esencia del bricherismo”.

Según él, la estructura básica del bricherismo es ofrecer la imagen y el discurso que el turista quiere escuchar. El Estado peruano hace lo mismo en su promoción turística ante el mundo. El Perú se vende como país indígena, un país viejo, el país de los incas. Vende una imagen y un discurso de exotismo. Pero lo que vemos acá es todo lo contrario, en el Perú lo que menos le interesa al Estado es su pasado, su identidad indígena. “Toda esa imagen y ese discurso es puro simulacro para afuera, porque para adentro las políticas estatales no lo reflejan, no hay una revalorización del idioma quechua, de la educación bilingüe, no hay interés por las lenguas indígenas amazónicas, no hay un cese de la marginación y el racismo. Es más, el expresidente decía que los indígenas son ciudadanos de segunda clase”.

¿Es ahí dónde está encaramado el brichero que buscamos en Lima y Cusco? Es posible. Lo único cierto es que el inca moderno que enamoraba a pieles pálidas no está más, la magia o el embuste se perdió para siempre en alguna fría calle empedrada a más de 3,400 metros sobre el nivel del mar.



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